Sevilla - Dinamo de Zagreb

El Sevilla sólo se altera al recibir un puyazo (3-1)

  • El cuadro sevillista resuelve en un minuto la primera cita de su cruce con el Dinamo de Zagreb justo después del gol de los croatas

  • Ocampos y Martial logran un colchón de goles para la vuelta en un paréntesis en la monotonía

Martial celebra su primer gol con la camiseta del Sevilla junto a Ocampos y Munir.

Martial celebra su primer gol con la camiseta del Sevilla junto a Ocampos y Munir. / Antonio Pizarro

El Sevilla viajará dentro de una semana justo a Zagreb con un colchón de dos goles de ventaja. El fútbol no establece márgenes definitivos, ni en un sentido ni en otro, en las eliminatorias a doble partido, pero fue evidente que era un botín aceptado por los propietarios del Ramón Sánchez-Pizjuán en este primer duelo contra el Dinamo. No en vano, necesitaron recibir un rejonazo con el gol de Orsic en el error de Diego Carlos para jugar al menos un par de minutos con total intensidad. En ese breve espacio de tiempo sumaron los dos goles que finalmente le dan la ventaja en esta ida gracias a los golpeos de Ocampos y Martial.

Dio la sensación de jugar con la calculadora en todo momento el cuadro de Julen Lopetegui, de pensar en la dosificación de los esfuerzos y no gastar más fuerzas de las necesarias. Los blancos están en una fase de recuperar efectivos, de entrenar, se supone, y si pueden, claro, con cierta intensidad para retomar el tono físico y tal vez por ahí se puedan hallar las explicaciones a que desarrollaran un partido entero con una marcha menos de las que puedan mostrar sus profesionales. O tal vez no puedan con tantos contratiempos físicos, que todo puede ser.

Lo cierto es que el Sevilla pareció salir con el freno de mano echado desde el minuto uno y así siguió hasta el 93 con la excepción del paréntesis que se abrió con el error de Diego Carlos que dio lugar al empate de Orsic. Ahí sí pisó el acelerador a fondo, aunque fuera un minuto escaso y logró nada más y nada menos que dos goles. En un abrir y cerrar de ojos, sí, y gracias a la calidad en los golpeos de Ocampos y de Martial.

La experiencia en muchos partidos de Liga Europa tal vez sea un grado para saber que la dosificación de los esfuerzos es necesaria, sobre todo en este tipo de citas. El litigio contra el Espanyol en Cornellá-El Prat está a la vuelta de la esquina y, por mucho que subyugue esta competición por la que los sevillistas lucen una escarapela con un flamante seis, que alude al número de veces que la ganaron, también la Liga tiene muy engolosinados a todos los profesionales, desde el primero hasta el último.

Era, pues, un Sevilla sin la fiereza de otros encuentros, al menos en la puesta en escena, que otra cosa fue cuando recibió un puyazo al borde del intermedio. Entonces sí se desmelenó el cuadro de Lopetegui. Primero, a través de un Diego Carlos encorajinado a raíz de su error en el empate de Orsic. El brasileño parecía que quería rematar como fuera el córner siguiente y no lo consiguió, pero su esfuerzo sí iba a servir para que la pelota le llegara a Ocampos y éste pudiera empalmar el dos a uno para recobrar la confianza de golpe.

Era un Sevilla ya completamente diferente y no tardaría ni un minuto siquiera en consumarse el tercer tanto, el primero en la etapa de Anthony Martial con la casaca blanca de los propietarios del Ramón Sánchez-Pizjuán. Es raro ver a la tropa de Julen Lopetegui salir en estampida al contragolpe, pero esta vez sí fue capaz de protagonizar uno de manual. Robo de Munir casi en la corona del área propia y por ahí cabalgaban desbocados unos pocos de blanco.

Como la pelota, además, pasó por Fernando y por Papu Gómez, pura sapiencia a la hora de buscar las mejores soluciones para los suyos, al final le cayó a Martial para que el francés definiera con calidad, con el interior del pie, y no le hiciera ni siquiera falta darle mucha potencia para alojar el esférico en la portería. Fue un pase al recogepelotas magnífico.

Lo cierto es que lo que parecía un conato de mal rollo después de un primer periodo con cierta desidia y también, verdad es, con demasiadas interrupciones por parte del Dinamo de Zagreb concluía con una sensación de felicidad después de haber sido capaces de protagonizar una reacción con brío. Tres a uno y encima después de ver un contraataque, algo, insisto, que no es lo más habitual en ese fútbol control con el que se manejan habitualmente los blancos bajo las sabias consignas de Julen Lopetegui.

Restaba un tiempo entero por delante y había que ver el desarrollo del juego, pero ya era una ventaja respetable el hecho de tener dos goles a favor, gracias a ese tres a uno en un visto y no visto tras el empate de Orsic. Lo que sucedió es que el equipo de Lopetegui volvió a jugar con el medidor de esfuerzos que llevan como si fuera un sujetador debajo de sus camisetas. Nada de sobrepasar el umbral de los límites necesarios, bastaba con conservar la ventaja, al menos en la teoría que otra cosa será la práctica en la visita a Zagreb.

La segunda mitad, pues, transcurrió con un par de intentos a pesar de que el dominio aparentaba ser de los anfitriones, entre otras cosas porque también el Dinamo de Zagreb pareció conformarse con la suerte que había corrido. Sobre todo después de que Bono les amargara la existencia con un doble paradón espectacular a Lauritsen, sobre todo en el cabezazo de éste, y a Juric en el rechazo posterior. Ahí se salvó el Sevilla y el resto ya iba a ser un dominio en un fútbol con más control que otra cosa, porque la verdad se había esfumado, cual gaseosa, en ese minuto que siguió al puyazo de Orsic. Entonces sí, el Sevilla se empleó a fondo y se lleva dos goles de ventaja. Dentro de una semana se verá si era una estrategia acertada o no, pero por lo pronto Lopetegui y los suyos, también sus futbolistas, son los mejores a la hora de manejarse en la dosificación de los esfuerzos. Aguarda el Espanyol en Cornellá y es fundamental ir sumando piezas, no perdiéndolas como en el caso de Rekik y tal vez de Diego Carlos.

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