Una simple tarjeta de identidad otorga voz a los últimos indígenas de Camerún

La tala masiva está destruyendo el hábitat de los pigmeos baka, los últimos habitantes de la selva de este país, a la vez que se les da acceso por primera vez a sus derechos de ciudadanos

Una simple tarjeta de identidad otorga voz a los últimos indígenas de Camerún
Franciso Javier Carrión /Efe

Madrid, 16 de enero 2009 - 13:27

La tala masiva está destruyendo el hábitat de los pigmeos baka, los últimos habitantes de la selva de Camerún, a quienes por primera vez se les proporciona tarjetas de identidad, imprescindibles para acceder a sus derechos ciudadanos y acabar con siglos de exclusión social.

"En cierto modo, la selva deja de pertenecerles y les entristece ver que su hábitat está en peligro", cuenta la responsable de financiación de la ONG Plan, Esther Ekoue, quien considera que "esta globalización les molesta especialmente, porque destruye su modo de vida".

Con 475.000 km2 de superficie y una población de 16,4 millones de habitantes, la industria forestal es uno de los pocos negocios rentables en un país endeudado y marcado por el tráfico de armas y la corrupción.

Varias organizaciones han denunciado además que, si se mantiene el actual ritmo de tala, en quince años Camerún se quedará sin madera, destinada a Europa y China.

El proyecto de esta ONG, 'Derechos y Dignidad de los Baka', acaba de iniciar su segunda fase, con el objetivo de promover la integración de este grupo marginado en la sociedad camerunesa.

"Dicen que el baka debe vivir siempre en la selva", recuerda Ekoue, quien teme que el cambio climático perturbe el sistema de las cuatro estaciones de lluvia y rompa para siempre un maridaje histórico.

Aunque la etnia bantú, mayoritaria en el país, mantiene aún a los bakas como esclavos, esta responsable explica que, gracias a las ONG, éstos dirigen ya algunos municipios y empiezan a ser conscientes de que pueden tener sus propios cultivos para mejorar su alimentación y sus ingresos.

"Lo único que pasará es que los bantúes pagarán la mano de obra de los bakas en su justo valor", asegura Ekoue, quien se muestra optimista cuando recuerda que hace un mes la elección de "miss" y "míster" pigmeo eliminó estereotipos e involucró en su organización a la primera dama.

Para esta ingeniero agrícola, de etnia bantú, el Gobierno también está cobrando conciencia tras la creación de una red de organizaciones no gubernamentales que actúan de "lobby".

Hasta ahora, los bakas, de pequeña estatura y descendientes de una de las etnias más antiguas de África, carecían de asistencia sanitaria y educativa y en sus chozas, precarias construcciones de hojas y ramas, sólo había un colchón viejo.

Despojados de tierra y privados de identidad y derechos, la primera fase del proyecto ha cursado 300 partidas de nacimiento y 700 documentos de identidad, pues -apunta Ekoue- "al nacer en el bosque, no existen a efectos legales, no pueden votar y su punto de vista no es tomado en consideración".

"Debemos aprovechar la oportunidad de crear espacios protegidos donde puedan trabajar", reitera Ekoue, pero alerta de que su reclusión en reservas se producirá "si no pueden ser propietarios de las tierras que habitan".

Una radio, financiada por este proyecto, ha sensibilizado a esta tribu matriarcal y nómada sobre la necesidad de que sus hijos asistan a clase, "más allá del adiestramiento en la caza y la recogida de fruta".

A pesar del esfuerzo de los cooperantes por conocer su cultura, los bakas siguen siendo "esquivos y herméticos, incapaces de apartarse de los confines conocidos".

Así, pocos han logrado filmar los ritos de iniciación a Edjengui, una deidad animista tan unida a la selva, que también está en peligro por el hombre blanco y su conglomerado de empresas internacionales y factorías ilegales, que ha multiplicado por 25 sus exportaciones en la última década.

Los pigmeos, que conocen palmo a palmo la espesura de la jungla, han creado un museo para albergar sus remedios naturales, "una botica libre aún de la presión de las compañías farmacéuticas".

"El baka sueña con que se le respete y que no se le ridiculice, considerándolo como una persona sucia o andrajosa", sentencia Ekoue, quien añade que bakas y bantúes también aspiran a una coexistencia pacífica.

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