Arturo Saldívar, frescura y osadía en tarde gris de toros y toreros

La labor del mexicano fue un contraste con la apagada actitud de Morante de la Puebla y de Alejandro Talavante ante una corrida cuyo resultado no podía ser otro

El mexicano Arturo Saldívar ante el toro de su confirmación de alternativa.
El mexicano Arturo Saldívar ante el toro de su confirmación de alternativa.
Juan Miguel Núñez / Madrid

16 de mayo 2011 - 01:00

Toros. De Núñez del Cuvillo, desiguales y justos de presencia, mansos y escasos de raza, en general de muy poco juego. El sexto, el único que ayudó algo. TOREROS: Morante de la Puebla, pinchazo y descabello (silencio); y cuatro pinchazos y estocada (silencio tras aviso). Alejandro Talavante, estocada en los blandos y estocada corta (silencio); y media tendida y descabello (silencio). Arturo Saldívar, casi entera (ovación tras petición minoritaria); y dos pinchazos y estocada caída (ovación). Incidencias. En cuadrillas, un quite de Julio López, a cuerpo descubierto y de mucho riesgo a su compañero Fernando José Plaza a la salida de un par en el quinto. Lleno de "no hay billetes" en tarde soleada y, a pesar de una ligera brisa fresca, agradable.

El mexicano Arturo Saldívar, que confirmaba la alternativa, escuchó ayer en Las Ventas las únicas ovaciones de la tarde, por dos faenas con muy buenos apuntes, de frescura y osadía, en contraste con la apagada actitud de los otros dos alternantes.

San Isidro, merecía mejores toros para celebrar su festividad. Se preguntaba el personal, con sorna, si era corrida lo que tocaba hoy. Pues a la vista de lo que iba a apareciendo por chiqueros, se planteaban muchas dudas. Dicen algunos que se pasan de listos que es así como tienen que ir las figuras. Toro que no moleste por presencia. Y si puede ser, en el límite del descastamiento, que tampoco asuste por comportamiento.

En el juego entran todos, desde el ganadero que los cría al empresario que los contrata, y naturalmente con el beneplácito del torero y su entorno. Todos de acuerdo, sin contar con el público, al que dedican el más el más cruel de los desprecios.

Los toros de ayer no se parecían en nada a los que lidió esta misma ganadería hace apenas un par de semanas en Sevilla, cuando el famoso "Arrojado" mereció el indulto, y todavía en aquella corrida hubo ejemplares muy notables en cuanto a presencia y juego. ¿A quién iban a engañar con la corrida de ayer? Ganadero, empresa, toreros con sus veedores y apoderados, sabrán qué pretendían.

Una corrida impresentable en todos los aspectos, cuyo resultado no podía ser otro. Al final todas las miradas estaban en Morante, principal responsable del desaguisado por su condición de máxima figura, y acusaciones también, aunque en menor grado, para Talavante, a quien apodera la misma empresa. Queda eximido Saldívar, sin fuerza para exigir martingalas de este tipo.

Morante pagó cara la osadía de venir con esta birria de corrida. Porque ni sus toros sirvieron, ni el público le echó cuentas. Si primero, blando y desrazado, fue muy protestado. Apenas tomó los engaños, y cuando lo hizo fue doblando las manos. El hombre se limitó a gesticular su impotencia con unas ligeras probaturas sin llegar a estructuras faena.

Tampoco resultó propicio el manso cuarto, incapaz de dar dos arrancadas seguidas. Morante estuvo de nuevo escaso de ánimo, discontinuo y sin compromiso.

Talavante hizo lo que pudo, que no fue mucho. En su primero, algún muletazo serio por el izquierdo antes de que el toro empezara a quedarse corto, que fue enseguida. Otro inconveniente que tuvo la faena fue que el animal, muy soso, apenas humilló. No superó el torero tantos inconvenientes.

En el quinto, toro manso y con genio, que al embestir llevaba la cara suelta, pegando tarascadas y volviéndose en un palmo, estuvo de nuevo Talavante despegado y fuera de cacho, citando al pitón de acá, con demasiadas precauciones. De modo que no interesó lo más mínimo.

Y en el país de los ciegos, el tuerto fue el rey, en este caso, el confirmante Saldívar, que aún un punto acelerado y hasta despegadito en el de la ceremonia, por lo menos se le vio más decidido. Especialmente emotivo el comienzo con la muleta, toreando de rodillas en el centro del anillo, y queriendo hacerlo como si estuviera de pie. No hubo faena compacta porque el toro, sosito, duró poco.

El sexto ayudó más, de modo que el mexicano, después de anotarse un estimable quite por chicuelinas, llevó a cabo un trasteo que por momentos hizo concebir esperanzas de triunfo.

En lo fundamental enganchó siempre al toro por delante, lo templó y lo llevó lejos ligando los muletazos. Hasta que el toro se acabó, aquello tuvo exquisita limpieza, cierta donosura. Querer fue poder. Lástima que la espada no entró hasta el tercer viaje.

No obstante, la impresión que dejó el mexicano fue muy buena

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