Tomasito se mira en su compatriota Castella

El novillero francés brilla en los mejores momentos del festejo, dando una vuelta · Actuaciones dignas de Rey y Lechuga, silenciados · Novillada inválida de Camacho

Luis Nieto

21 de septiembre 2009 - 05:00

GANADERÍA: Novillada de María del Carmen Camacho, en conjunto bien presentada, de desiguales hechuras, deslucida y con el denominador común de la invalidez. TOREROS: Juan Carlos Rey, de azul y oro. Pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, estocada (silencio). Pablo Lechuga, de teja y oro. Media y dos descabellos (silencio). En el quinto, dos pinchazos y estocada (silencio). Tomás Joubert 'Tomasito', de lila y oro. Pinchazo, casi entera y dos descabellos (saludos tras aviso). En el sexto, estocada y dos descabellos (vuelta al ruedo). Incidencias: Plaza de toros de La Real Maestranza. Domingo 20 de septiembre de 2009. Un cuarto de entrada en tarde de agradable temperatura. El banderillero Frederick Leal fue atendido en la enfermería de un varetazo corrido en la cara interna del muslo izquierdo.

Es curioso que en esta época virtual, tan alejada de los pequeños núcleos de población, donde la familiaridad hacía usuales los apodos, llegue de Francia Tomasito (Tomás Joubert), un novillero que ha llevado a gala como alias el diminutivo de su nombre, en español. En su nueva etapa parece que prescindirá de tal apodo. Esto de los alias ha sido algo intrínseco al mundo de los toros. De hecho, con nombres diminutivos destacaron innumerables toreros y varios maestros del toreo, como Joselito, Manolete, Antoñete... Llegó Tomasito con hambre de triunfo y la mirada puesta en su compatriota, el gran Sebastián Castella, al que imita en ese triángulo tan personal que ha construido el matador de toros de Herault, basado en el valor, la quietud y la verticalidad. Y la verdad es que Tomasito, que llegaba con cierto nombre tras la recuperación de una cornada muy seria en Madrid, de la que fue operado el pasado agosto por segunda vez, no defraudó. Logró los momentos más brillantes del festejo, principalmente ante su primero en una novillada que no permitió a la terna el éxito. Una novillada de Mari Carmen Camacho, en conjunto bien presentada y de desiguales hechuras, pero que parecía un concurso de demoliciones, donde los astados se derrumbaban incluso sin meterles la piqueta (la puya) y se precipitaban descaradamente, para vergüenza ganadera, hacia la sima de la invalidez.

Joubert o Tomasito, como ustedes prefieran, gustó ante el flojo, manejable y distraído tercero. Tras ser arrollado con el capote por un despiste suyo, se impuso al astado con la franela. En la faena, iniciada en las rayas y con continuidad en los medios, el novillero, muy relajado, dibujó un toreo al natural de suma suavidad, pasándose muy cerca los pitones del astifino astado. También comenzó una tanda con la diestra con una capeína, erigida con verticalidad y solemnidad, como suele hacer su compatriota. Precisamente, por ese lado, la labor no alcanzó la misma altura, incluso estuvo marcada por un par de desarmes inoportunos. Tomasito, en mitad de su obra, esculpió un pase del desprecio y otro de pecho de rango supremo. El sexto fue un novillo altote y muy largo, mansote, flojo y paradísimo. Todo un dechado de virtudes para el triunfo. El francés asustó en una apertura muy ceñida, impregnada de verticalidad. Continuó con una labor porfiona y cerró jugándose el pellejo entre los pitones del novillo, con unas deslumbrantes bernadinas, prescindiendo del estoque. Coronó su labor con una gran y decidida estocada, que por si misma era para premio. Pero tardaba el novillo en caer y el torero precisó de dos descabellos para finiquitarlo. Pese al fallo con el verdugüillo, Tomasito se marcó una vuelta al ruedo.

Juan Carlos Rey vio como su primer astado, derrengado, era devuelto. Saltó como sobrero un tal Soñador, que más que para soñar el toreo era también una pesadilla por mansísimo e inválido. Rey se entregó, sin poder lucirse ante un ejemplar tan maravilloso. El cuarto, Fontanero, tampoco pudo desatascar el bodrio de encierro de Camacho. Mansote y manejable, le faltó empuje y recorrido. Rey brindó a Emilio Oliva y concretó una labor envuelta en una frialdad que contagiaba la invalidez de un novillo que tras dos simples picotazos ya había claudicado.

Pablo Lechuga dio una buena imagen hasta que su primero, Camarero, tras servirle el aperitivo en un puñadito de nobles embestidos, se arrojó como loco para besar el albero maestrante. El novillero madrileño, con la diestra, tiró bien de él en muletazos largos. En otra serie consiguió, a base de buenos toques, profundidad en los derechazos. Pero el animalito no aguantó más y se derrumbó. Con el quinto, manejable y también flojísimo -perdió hasta en tres ocasiones las manos- no hubo emoción, pese a que el torero acabó su labor con un serio arrimón.

En un festejo marcado por el deslucido juego del ganado, el torero más destacado fue Tomasito, que se mira en Castella. No es malo que un artista incipiente se fije en otro ya consolidado; aunque tampoco es bueno que sea un calco. Tomasito parecía ayer el mismísimo Castella. Lo imitó hasta en la manera de entrar y salir del toro y en otro tipo de detalles, como a la hora de saludar o de plegar y pasear el capote de brega. Incluso el novillero arlesano vistió un traje lila y oro, color predilecto del maestro francés, quien por momentos parecía pisar la Real Maestranza sevillana.

4 Comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último