Como Cagancho en Almagro: historia de un dicho y un hecho

HISTORIAS TAURINAS

El genial diestro gitano formó una auténtica escandalera el 26 de agosto de 1927 en el precioso coso de la localidad manchega

Casi un siglo después, aquella turbamulta permanece instalada en el imaginario popular

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Cagancho, en una de sus tardes más inspiradas, en la fotografía coloreada por Rafael Navarrete.
Cagancho, en una de sus tardes más inspiradas, en la fotografía coloreada por Rafael Navarrete. / Archivo A.R.M.

Le llamaban la talla de Montañés. Cagancho, el artista de los ojos verdes, navegaba entre las cimas y las simas agrandando su misterio. Nacido en 1903, en la pila le pusieron Joaquín y Rodríguez como su padre, del que tomó el mote que distinguía a aquella saga de gitanos de fragua poblada de cantaores. El diestro trianero pertenece a ese periodo tan brillante como sangriento, la Edad de Plata, que hizo florecer las artes y el toreo entre la Gran Guerra europea y la contienda civil española.

Tomó la alternativa en Murcia en 1927 en coincidencia con una fecha fundamental para aquel grupo de literatos que tomaron espíritu de generación de manos de Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de José y Rafael El Gallo, su padrino de doctorado. El diestro trianero fue capaz de lo mejor y lo peor. En su época circuló una célebre viñeta. Dos ratones mostraban su inquietud en un calabozo: “Son las diez y Cagancho sin venir”, se preguntaban los roedores. Pero la valía de este artista genial e inimitable va más allá de la anécdota, e incluso de esas contadas cimas inigualables que trufaba con fracasos estrepitosos que hacían que diera con sus huesos, vestido de torero, en más de un cuartelillo.

De empaque personal y misterioso, una indolente y rara solemnidad caracterizaba su lenguaje torero, que en tardes de acoplamiento e inspiración electrizaba a los públicos con sólo un recorte de su capote o la lenta tersura de un muletazo imposible. Vitoreado y denostado, era tan capaz de dejarse un toro vivo -en la Sevilla del 29 le echaron uno al corral- como de matarlo con una estocada perfecta. Alargó su carrera hasta el año 53, abarcando dos épocas muy diferentes de la historia del toreo, sin que su arte intermitente dejara de tener actualidad.

La coqueta plaza de Almagro, en una imagen contemporánea del suceso.
La coqueta plaza de Almagro, en una imagen contemporánea del suceso. / Archivo A.R.M.

Pero si hay un dicho que ha quedado instalado en la memoria popular es el célebre “quedar como Cagancho en Almagro”. Un curioso libro titulado Lucha contra el crimen y el desorden escrito por el teniente de la Guardia Civil C. Gallego Pérez sirve para recuperar la verdad, el origen y la realidad de los hechos que dieron origen al dicho. El curioso libro, rescatado por el investigador y bibliófilo taurino Luis Rufino Charlo, da cuenta con pelos y señales de aquella tarde aciaga que acabaría instalándose en el lenguaje popular.

Lo curioso del caso es que el suceso está narrado en primera persona por uno de los guardias -el propio autor del libro, publicado 30 años después del suceso- a los que tocó capear el temporal y templar los ánimos en aquella tarde aciaga del 27 de agosto de 1927, el mismo año de la alternativa del torero.

Cagancho hizo el paseíllo junto a Antonio Márquez y Rayito precedido de rumores que apuntaban a que no iba a cumplir su compromiso, calentando los ánimos. Pero a las seis en punto, el diestro gitano se había hecho presente en la puerta de cuadrillas de la plaza de la localidad manchega, llena hasta los topes para la ocasión.

Márquez ya había abonado el escándalo pegando un indisimulado petardo con el primero, poniendo en alerta a las fuerzas de la Benemérita de lo que podía venir después. Rayito cumplió pero con la lidia del tercer toro de Pérez Tabernero, correspondiente a Cagancho, se iban a terminar de desatar los acontecimientos. “Estalló la bronca, como un trueno, bronca que continuó durante la actuación de los banderilleros y, sin cesar ya, sonó el clarín para el último tercio”, escribía el veterano oficial de la guardia civil.

La cosa, efectivamente, se había puesto fea. El diestro gitano acabó como pudo con el toro y aunque Márquez se lució en su segundo la salida del sexto -un toro con toda la barba- iba a terminar de doblegar la voluntad de Cagancho. “Cagancho estaba sobre las tablas recostado pálido, como asustado; la faz lívida; los ojos desencajados; el capote caído sobre el vientre... Se auguraba la tragedia contemplando al espada, que producía verdadera lástima”, narra el teniente.

Y la tragedia, efectivamente, se desencadenó contagiando a la propia cuadrilla del trianero que, no iba a dudar en tirar por la calle de en medio bajo una lluvia apocalíptica de todo tipo de objetos. “El catastrófico gitano, derrochando toda su frescura, dio unos pases con el pico de la muleta -una muleta descomunal- largando una puñalada infame al bravísimo animal; tras dar otra echó a correr y saltó al callejón entre la rechifla general y allí, protegido por el burladero, dio otro pinchazo” según el testimonio de Gallego Pérez. El ruedo no tardaría de llenarse de un gentío que llegó a agredir a Cagancho que, espada en mano, trató de escapar de la plaza. La fuerza pública acabó salvando al torero de las iras de los espectadores. Custodiado en el Ayuntamiento, Cagancho prometió a los presentes brindar su primer toro del día siguiente -toreaba en Almería- al piquete de la Guardia civil. El pueblo recobraba la calma mientras el gitano, protegido por los guardias emprendía el largo viaje desde La Mancha a las orillas del Mediterráneo. Y cumplió su promesa.

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