Fueron cinco hermanos toreros...
Evocación

Alfonso Ordóñez había sido velado ayer acompañado de la medalla de plata de la Hermandad de la Soledad -era el número 46 de la corporación de San Lorenzo- y un capote de paseo muy especial para los vástagos del Niño de la Palma. La prenda había sido lucida por los cinco hermanos toreros -Cayetano, Juan, Antonio, Pepe y el propio Alfonso- en distintos momentos de sus respectivas carreras. Poca gente sabe que Juan, el gran amor de Paquita Rico, sería amortajado con la túnica soleana de su hermano Alfonso que, desde entonces, no volvió a salir de nazareno... Son historias que reverdecen ante los restos de un grandioso torero pero, sobre todo, en el recuerdo de un hombre bueno que recibió tres golpes muy duros en el último tramo de su vida. De los tres salió con su inquebrantable fe y amor por la vida. Pero la enfermedad no le iba a dar más treguas y ayer fallecía a los 86 años.
Fueron cinco hermanos toreros... y los cinco hicieron el paseíllo para amparar el debut del más joven hace casi 70 años en la preciosa plaza mayor de la localidad madrileña de Colmenar de Oreja. Es un festejo y una plaza -tan querida por los Ordóñez Araújo- que forma parte de la historia menuda del toreo. Pero aquel vínculo había comenzado en 1925. Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, era la figura rutilante del momento y había apalabrado su participación en un festival benéfico en Colmenar en la misma temporada que tomó la alternativa de manos del mismísimo Belmonte. Este año se alcanza el centenario. Cayetano alternó aquel día con Luis Fuentes Bejarano y el novillero Curro Prieto. Detrás de aquel festejo llegaron nueve más, hasta 1935. Pero en esa década se forjó una amistad que no doblegó el tiempo; tampoco los cañones: la del propio matador con el industrial colmenarete Pepe del Moral Miera, integrante de la célebre comisión que había alentado la organización de aquellos primeros eventos.
Pasó la guerra y los rigores de la autarquía pero siguieron las ganas de toros. Y los viejos festivales, que permanecían en la memoria colectiva, se retomaron en la década de los 50 manteniendo el apellido de sus protagonistas y cambiando algunos nombres. Pepe del Moral Martínez tomó el relevo de su padre en la organización de esos espectáculos destinados a recabar fondos para los pobres de la localidad. La saga rondeña, una vez más, iba a estar ahí. El Niño de la Palma había dado paso a sus hijos en el protagonismo de aquellos inolvidables eventos que revolucionaban el pueblo de Colmenar y convertían la casa de su organizador -y la botica de su mujer, doña Pilar Pérez Cortina- en el centro de operaciones.
En 1953 ya se había logrado juntar al mismísimo Luis Miguel Dominguín con Cayetano, Juan, Antonio y Pepe Ordóñez. Pero el gran acontecimiento llegaría un año después en torno al debut de Alfonso, el más joven de la saga, que se presentó en público y mató su primer novillo en el histórico festejo celebrado el 7 de octubre de 1954. El cartel anunciaba erales de un tal Zaballos. Cayetano Ordóñez Niño de la Palma (hijo), Juan de la Palma, Antonio Ordóñez y Pepe Ordóñez precedieron al neófito, que se vistió, en medio de una gran algarabía, en la casa de los Del Moral. “Llevamos hasta la banda de música desde la casa a la plaza”, rememoraba siempre Alfonso con su prodigiosa memoria, tantos años después de aquel acontecimiento que, más allá de su trascendencia taurina, pertenece a la memoria íntima y sentimental de dos familias. “Luis Miguel, que iba de paisano, llegó a pararme al becerro”, evocaba el veterano banderillero que ha ejercido hasta su sentida muerte como patriarca de esta saga de toreros. “Él tenía que sacar, de una forma u otra, su afán de protagonismo; Luis Miguel, además, rebautizó a mi novillo como Buenasuerte”. Las antiguas fotografías de Cuevas rescatan al torero madrileño, vestido con una camisa a cuadros, junto a aquellos cinco hermanos toreros en el ruedo de la Plaza Mayor de Colmenar. “Aquella fue la única vez que toreamos juntos los cinco Ordóñez Araújo”, sentenciaba siempre Alfonso conteplando, muy cerca de sí, una célebre foto firmada por Lendínez que le retrataba con los suyos en esa lejana tarde del otoño del 54.
Después llegarían los años indecisos en Valcargado y posteriormente la decisión de vestirse de plata a órdenes de su hermano Antonio hasta convertirse en un referente de la profesión, testigo del llamado verano peligroso que retrataría literariamente el mismísimo Ernest Hemingway en una época apasionante del toreo. Alfonso Ordóñez Araújo, torero por la gracia de Dios, Cayetano y Consuelo -tal y como repetía siempre a sus íntimos- será despedido este lunes en el fragor del ciclo taurino de la Feria de Abril. No cabía mejor marco temporal.
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