Crítica de Danza

Un Mahler preñadode desolación

Dos motores impulsan el último trabajo del nunca convencional creador belga Alain Platel. Uno es la música de Mahler, una música que nunca le gustó hasta que se dio cuenta de su carácter premonitorio, de que algunas de sus piezas (el músico austríaco murió tres años antes de la Primera Guerra Mundial) presagiaban el derrumbamiento de un mundo europeo seguro y lleno de optimismo; algo muy parecido a lo que sucede hoy a escala mundial.

El otro gran motor es la escultura de la artista Berlinde De Bruyckere. Tres enormes caballos enbalsamados que, colocados en el centro del escenario, ante unas cortinas hechas jirones, nos transportan directamente a un mundo de desolación en el que sus habitantes, ocho bailarines y una bailarina, como una tribu de individuos sin jefe o una manada de animales, tienen que convertirse en auténticos titanes para sobrevivir, exprimidos hasta la extenuación por un Platel que, tras un paréntesis, vuelve a la danza y a su lenguaje más duro: el que huye de la belleza convencional y de la medida hasta llegar a exasperar al espectador.

Mahler les cae a veces como una lluvia de piedras a los bailarines, que emprenden brillantes escenas corales en la que cada uno -son muy diferentes todos- utiliza sus propias referencias para llegar a esa especie de unísono: ya desvirtuando los códigos de la danza clásica, ya recurriendo al lenguaje espasmódico de los primeros trabajos del coreógrafo, ya introduciendo los ritmos de la la danza africana, como hacen los dos congoleños.

Pero este extraviado deambular juntos sin encontrar camino alguno (a menudo, miran hacia arriba o se santiguan) se alterna con unos dúos llenos de violencia, auténticas luchas cuerpo a cuerpo, como Laocoontes que no ceden jamás. A veces, la lucha se convierte en una batalla campal y hay quien se atreve a unirse a los caballos. Otras, de la violencia surge la belleza, como en el hermoso paso a tres de la mujer en medio de dos bailarines.

Las piezas de Mahler, también cantadas por los bailarines, conviven con el inquietante espacio sonoro de Steven Prengels. Un auténtico Platel para los amantes de Platel. Sin concesiones.

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