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Análisis

José Rodríguez de la Borbolla

Socialdemocracia: Europa y el Mundo

En Alemania, hace unos días, ha sido elegido un presidente federal socialdemócrata, una persona humanista y con criterio, y que, desde su posición, ayudará a mantener en el mundo un conjunto de valores y principios. En Suiza, el domingo pasado, los ciudadanos votaron a favor de la propuesta del Partido Socialista suizo, que defendía la posibilidad de un sistema de nacionalización sencillito para los nietos de los inmigrantes. En España, el PSOE está sacando adelante, desde la oposición, una serie de medidas que contribuirán a mejorar algo la vida de los españoles. Pueden parecer cosas menores, pero ése es el papel de la socialdemocracia: trabajar, día a día, para mejorar, en libertad, la vida de las personas. Y mientras más poder democrático se tenga para hacerlo, mejor.

El socialismo democrático ha sido, sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta hace muy poco, la clave del arco del desarrollo de las sociedades de bienestar y del Estado Social de Derecho. Es cierto que el socialismo democrático, sobre todo en Europa, tiene en el marxismo una raíz común con el que fue llamado socialismo real -el comunismo-; pero es cierto también que el socialismo occidental, a partir de 1918, superó las desviaciones totalitarias y mecanicistas en la interpretación de los "textos sagrados" y que implantó reglas que condujeron a una economía social de mercado; que incrementó la protección del trabajo; que extendió los sistemas de protección social; que generalizó los servicios de atención pública; y que amplió el ámbito de los derechos fundamentales de la ciudadanía. De alguna manera, el socialismo democrático superó la contradicción dialéctica -tan querida por Lenin- entre libertad formal y libertad material: amplió la libertad material de las personas sin quebrar las libertades formales de los ciudadanos.

La socialdemocracia vivió su época dorada en Europa, cuando su acción se centraba en los respectivos estados-nación y cuando sus políticas eran una alternativa frente al capitalismo cruel, por un lado, y al colectivismo totalitario, por otro. Creó un modelo social europeo e instituyó una especie de "capitalismo compasivo". Hoy, lamentablemente, en Europa y en el mundo, la socialdemocracia está en crisis. Por una parte, con la caída del socialismo real, perdió sus referencias y, aceptando -en cierta medida- la idea de que había llegado el "final de la historia", se quedó sin proyecto y sin relato propio; en segundo lugar, asumió con ligereza la consigna de que lo importante para crear una sociedad mejor es sólo el crecimiento económico, con independencia de cómo se produzca dicho crecimiento; y, finalmente, se encontró con la dura realidad de que, en un mundo globalizado y desregulado, las políticas nacionales tienen poco que hacer frente a la hegemonía de los mercados, y especialmente frente a la desbocada especulación financiera, auténtica rectora actual de la marcha del mundo.

No hay que tirar la toalla, sin embargo. Tal como van yendo las cosas, la socialdemocracia sigue siendo necesaria. El mero crecimiento económico no soluciona, sino que incrementa, los problemas de la mayoría. Hasta el Banco Mundial, en su Informe Mundial de 2017 (La gobernanza y las leyes), se centra en los problemas actuales -exclusión social, captura de riqueza y clientelismos políticos- y sugiere unas líneas de trabajo que concuerdan con el pensamiento socialdemócrata y apuntan la necesidad de restricciones al absolutismo de los mercados. En China, el capitalismo de amiguetes (Crony Capitalism, según Minxin Pei) puede crear graves problemas internos y la decadencia del régimen. En Europa, la carencia de un proyecto socialdemócrata razonable y realista facilita la aparición de populismos y extremismos de todo tipo, precursores del caos.

En esta situación, la socialdemocracia tiene trabajo por delante y tiene que plantear su acción a escala europea y en el mundo globalizado. No sirven las soluciones para un solo país. Como han escrito Rasmussen y Bullman, "lo que está en juego es el futuro de la humanidad".

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