El parqué
Álvaro Romero
Alzas al calor de la Fed
Fragmentos
Me gusta el barrio de San Bernardo. Es un barrio histórico de la ciudad y, desde el soterramiento de las vías del tren, un muy buen sitio para vivir. Y un camino agradable para ir de los Jardines de Murillo hasta la Buhaira. Pero no siempre fue así. Primero el arroyo Tagarete y después las vías del ferrocarril cortaban la ciudad en dos, con las tapias de ladrillo rojizo a ambos lados, tras las cuales se veían torres y edificios como en un cuadro de Chirico o Sironi. Para ir desde el centro hacia la Cruz del Campo, la Gran Plaza o el Cerro del Águila había que cruzar por tres puentes: el de la calle Oriente, el de la Puerta de la Carne o el de la Enramadilla. También existía un pequeño paso bajo las vías desde la plaza de delante de la Estación de Cádiz hasta el barrio, hasta la calle San Bernardo, que utilizábamos a menudo para acortar los recorridos. El barrio mantenía un cierto aislamiento y eso le daba una identidad de viejo arrabal que mantuvo casi intacta hasta los años 60 del pasado siglo. Y además estaban las instalaciones ferroviarias que tanto nos fascinaban de niños.
Todo eso comenzó a cambiar con la riada del Tamarguillo en 1961 y el Plan General de Ordenación Urbana de 1963. La riada deterioró las edificaciones, ya antiguas, y el plan urbanístico congeló la construcción de nuevas edificaciones y obras. Los planificadores observaron el lugar central de San Bernardo en la nueva dimensión proyectada para Sevilla y proyectan en los terrenos del barrio una gran zona comercial. Y aunque el plan no llega a realizarse, porque El Corte Inglés y Galerías Preciados se instalaron en el Duque y la Magdalena, respectivamente, el daño al barrio es grande al no concederse licencias de obras durante casi dos décadas. En 1971 una modificación del Plan General permitió un triple movimiento. La Feria se trasladará a Los Remedios y el Prado se convertirá en un lugar libre para edificar los previstos centros comerciales en San Bernardo. Donde se podrán edificar nuevas viviendas en una operación pura y dura de renovación urbana, sobre un caserío que ha perdido todo su valor por el deterioro ya mencionado. Tabla rasa de lo existente y nuevos edificios para otras rentas, más acordes con su posición privilegiada en la ciudad. El Colegio de Arquitectos y otros movimientos ciudadanos, como los cooperativistas del propio barrio, inician una fuerte campaña para defender el Prado y San Bernardo, que permite paralizar todo aquello. Solo tras la llegada de la primera corporación democrática, en 1979, empiezan a autorizarse algunos edificios de viviendas en el barrio y posteriormente, y tras muchas idas y venidas, se realiza el ajardinamiento del Prado.
Todo esto es historia y parece que nunca podrá volver a suceder, pero yo no estaría tan seguro. De momento les invito a recorrer la calle Campamento, donde una parcela calificada de equipamiento escolar está convertida en un aparcamiento y donde aún permanecen algunos restos de las instalaciones ferroviarias, como los antiguos depósitos de agua y los restos del tinglado de locomotoras. Y no me gusta.
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