La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
Editorial
EL rey Juan Carlos no lo dudó ni un segundo. Una vez escuchada la frase, resulta evidente que la tenía preparada minutos antes del aterrizaje de su avión en el aeródromo militar de Son Sant Joan, en Palma de Mallorca, a donde llegó junto a la reina Sofía para pasar sus ya tradicionales vacaciones de verano en el Palacio de Marivent. "Hay que darles en la cabeza hasta acabar con ellos", dijo el monarca a los periodistas que aguardaban su llegada a pie de escalera refiriéndose a los etarras que el jueves pasado sembraron la isla de sangre y fuego en el atentado que costó la vida a dos guardias civiles. Veinticuatro horas antes, ETA había intentado una masacre en el ataque contra el edificio de la casa cuartel de Burgos. En esta ocasión, ninguna fuerza política, ni siquiera aquellas cuya estrategia es su fobia a la Corona o al juancarlismo, han reaccionado como en ocasiones anteriores, sorprendidos porque el jefe del Estado exprese opiniones aparentemente espontáneas sobre lo que azota a su país. Evidentemente, el Rey no podía esta vez poner los pies en Palma y limitarse a decir que está muy contento de regresar a la isla a pasar las vacaciones. Es el escenario en el que, no se olvide, la banda terrorista intentó por dos veces acabar con su vida, en 1995 y en 2004.
De manera quizá menos gráfica, pero igual o más elocuente aún, se expresó ayer el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba -el político mejor valorado por los españoles en la actualidad, dicho sea de paso-. No hay negociación que valga. No hay diálogo con asesinos. O ETA "lo deja" o las Fuerzas de Seguridad del Estado, jueces y fiscales "se lo harán dejar". Y es de desear que esa política carente de medias tintas y ambigüedades que predica el titular de Interior sea extensiva a todo el Gobierno, empezando por el propio presidente, Rodríguez Zapatero. No se puede perder ni un segundo con terroristas que, después de 50 años de extorsión, chantajes y asesinatos, continúan llevando la desolación al lugar de España que enmarcan en su sangriento punto de mira. Hay que aplastar, para siempre, de una vez por todas, la cabeza de la serpiente.
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