Carlos Colón

Argumentos 'boomerang'

la ciudad y los días

05 de noviembre 2012 - 01:00

NO sé quién es. Una personalidad europea, supongo. Lo oigo en una traducción superpuesta a su voz. Habla contra los nacionalismos separatistas. Un discurso que comparto. Siempre me han repugnado los excesos patrioteros, sean del signo que sean y agiten las banderas que agiten. Y me han resultado grotescas -y siniestras cuando se mata en su nombre- las aspiraciones independentistas de regiones que nunca han sido reinos conquistados y sometidos o naciones invadidas por ocupantes extranjeros, los desvaríos de quienes ponen en cuestión la existencia de una nación con quinientos años de historia común.

Comparto, pues, lo que ese señor decía. Pero dio un argumento peligroso a favor de sus ideas: la globalización, entendida como homogeneización, es imparable. Y dejé de compartir su discurso. Oponer la globalización como una realidad con la que no se puede negociar, que no puede civilizarse para que respete las señas de identidad culturales es dar alas a los nacionalismos radicales.

Mire usted, señor desconocido: ser un ciudadano del mundo no quiere decir que el mundo deba ser una misma, única e idéntica realidad; el cosmopolitismo poco tiene que ver con la globalización; la pérdida y disolución de las culturas propias en la papilla mediática y consumista no equivale a la apertura, intercambio, permeabilidad y mestizaje que hacen más grandes a las culturas y más tolerantes a los individuos.

Cuidado con utilizar contra los nacionalismos razones que los refuerzan. Creo que era Otegi quien, en La pelota vasca, defendía un País Vasco con señas de identidad culturales frente a la aculturación colonizadora que está unificando todo el mundo a golpe de franquicia. Nada me une a Otegi y todo me separa de él. Pero en este punto, desgraciadamente, tenía razón. El País Vasco que presentaba aquella película tramposa era una especie de idílico euskalhobbit en el que vivían enanitos sabios y felices amenazados por los Saruman españoles y la aculturación de masas. Una mentira. Una idealización peligrosa. Lo que no quiere decir que la desaparición de las diferencias y la pérdida de las culturas particulares no sea una tragedia que se debe combatir.

Por culturas particulares no me refiero únicamente al folclore y las tradiciones. Rossellini, Fellini o Pasolini eran tan italianos, siendo a la vez universales, como Flaubert, Proust o Camus franceses; Ford, Faulkner o Gershwin eran tan americanos como Valle Inclán, Machado o Cernuda españoles. Esta riqueza, que incluye formas de vida y fisonomías urbanas, se está perdiendo. Preservarla es una tarea cultural que nada tiene que ver con el enanismo nacionalista.

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