John Julius Reel

Cariño, quiero el divorcio

La Sevilla del guiri

04 de septiembre 2010 - 01:00

SI no estás al tanto de lo que dicen los expertos, los sondeos, las estadísticas, el comportamiento que se estila y el que está desfasado, vas a acabar como uno de esos bichos raros que se van a la cama temprano, especialmente los fines de semana, que comen en casa, especialmente los fines de semana, y que veranean y pasan los puentes festivos en la zona infantil del parque del barrio. En el poco probable caso de que te revoluciones para tomar una copa en algún sitio de movida, mientras tomas tu cerveza sin alcohol, no sabrás entablar conversación con el tipo que esté a tu lado, y puede que hagas algo tan torpe como ponerte a comparar con pelos y señales las distintas marcas de pañales.

Teniendo en cuenta todo esto, un sábado muy temprano, en el que mi mujer y yo no teníamos previsto ir a ningún lado, salvo quizás al supermercado para comprar más cerveza sin alcohol, ni hacer nada especial, salvo quizás dormir una siesta larga, cerré el periódico que me acababa de poner al día y anuncié con toda la autoridad de un hombre de bien, pero muy bien informado:

-¡Cariño, quiero el divorcio!

Mi mujer estaba todavía en pijama, fregando los platos del desayuno. En nuestra casa, pasamos más tiempo fregando que comiendo. No compramos un lavavajillas porque tememos que, más que quitar una tarea tediosa, la novedad serviría como llamamiento, imposible de ignorar, para reformar toda la cocina. No sólo sería un lujo que no nos podemos permitir, sino una molestia -la obra, quiero decir- que me quitaría, durante meses, el tan poquísimo tiempo libre que la vida actualmente me proporciona, y por lo tanto me impediría ponerme al día con las noticias.

Cerró el grifo porque, con el agua corriendo y el fragor del gas, no podía enterarse bien de lo que decía su marido, el comentarista.

-¿Cómo, cariño? -me dijo-.

-Decía -le dije, con aún más volumen y seguridad -que ¡quiero recuperar la soltería!

¡Ssst! -me dijo-. Yo también.

Abrió el grifo de nuevo y siguió con su faena de freganchín.

Me puse de pie, lentamente, para no chocarme todavía flojo de tanto dormir, y entré en la cocina donde podríamos profundizar sobre nuestra relación y nuestra conexión con la actualidad sin posibles interrupciones de tuberías jaleosas y niños quejicas.

-Hemos entrado en la cultura del divorcio -dije, llenándome la boca con todas las jugosas frases de mi sección preferida, la de sociedad, que acababa de leer-. Sabrás que hace unos treinta años, cuando el divorcio se aprobó en España, era algo exótico. Pero, hoy en día, ¿quién no tiene un divorciado en su entorno? Todos, por fin, han perdido el miedo a lo desconocido. Un divorcio no sólo es algo completamente normal, está a la orden del día.

Se quedó pensando, como suele hacer la gente cuando se pone a hablar un enterao.

-Aún no hemos disfrutado de nuestra luna de miel, y ya estás pensando en el divorcio -me dijo-. Siempre he pensado que eres el hombre perfecto y nunca jamás me desilusionas. Has dado con la palabra de millón: exótico. Te propongo ir, amor mío, a un sitio exótico para divorciarnos.

Empezó a llenar la lavadora con ropa de niño. Para aquellos que no sepan o que lo hayan olvidado, llenar una lavadora con ropa de niños de pañales, sólo por pensar que vas a tener que sacar este sinfín de prendas y tenderlas, es algo que se podría utilizar, aunque en oposición a la Convención de Ginebra, en el centro de detención de Guantánamo.

-¡Hay que liberarse de la vida mezquina! -le dije-. Yo sé que los tiempos son difíciles y que el divorcio cuesta caro, quizás aún más que reformar la cocina, pero ¡no se puede poner un precio a la felicidad! ¡Hay que ser valiente!

Mi mujer seguía con su tarea, todavía lejos de terminar.

-Mira -le dije-, hoy he leído una gran noticia. Los sondeos y las estadísticas acaban de descubrir lo que está detrás de las depresiones, la ansiedad, el cansancio y el aburrimiento que surgen en una pareja. Se llama el "exceso de convivencia" y puede derivar, según el periódico, en "un autentico calvario". Aunque no suele llegar a su punto crítico hasta que llega la jubilación, tú y yo, como una pareja internacional, cuya mitad masculina está tan culturalmente acostumbrada al divorcio como a la democracia, podemos adelantarnos a todos los globos sondas de España y divorciarnos no sólo antes de que vengan los problemas, sino mientras estamos todavía enamorados.

Para dar énfasis a mi argumento, di un golpe fuerte con el periódico, agarrado en mi puño, contra la encimera de la cocina.

-Te quiero -le dije-. Por eso quiero el divorcio. ¡Lo merecemos!

Mi mujer contemplaba la mancha de tinta que mi golpe había dejado en su encimera, y después la bolsa azul que utilizamos para reciclar el papel, desbordada con periódicos viejos, ya convertidos en mi conocimiento apreciado. Ocupaba todo un rincón de la estrecha y desordenada cocina.

-Sí, cariño, lo merecemos. Nada de una vida mezquina y rutinaria. Pero antes de planificar nuestra felicidad venidera, tenemos asuntos pendientes que resolver. Cuando compres la cerveza, además compra pañales. Y no los más baratos. Ya sabemos que lo barato sale caro.

Como en la mayoría de las ocasiones, ella llevaba la razón. Lo que hemos ahorrado en comprar pañales de la marca blanca, lo hemos gastado, y incluso más, en lavar aún más prendas de ropa.

-Y por favor baja el papel reciclado -me dijo-. Sabes igual que yo que al chico le gusta comer papel.

Como un pisotón en una bulla, me devolvió la realidad. En lo que sería probablemente la única salida del día, bajé a la calle, sin haberme cambiado de ropa, el pelo todavía aplastado de dormir. Llevaba conmigo los periódicos viejos, los pañales sucios y una bolsa de latas vacías, de camino a comprar pañales, cerveza y el periódico. Me consolaba pensando que, aunque vivimos como bichos raros, no existe una pareja tan al día como nosotros con las modas que impone la sociedad. Merecemos el divorcio tanto como merecemos pañales de marca.

stats