La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
desde mi córner
COMODÍSIMO, funcional, moderno, el Estadio de la Cartuja reúne todas las condiciones para considerarlo tan confortable como adecuado a los tiempos, pero no es un recinto de fútbol. La otra noche, viendo el España-China desde una localidad preferente, la mejor de cuantas componen su graderío, nos reafirmábamos en la idea de que el fútbol ahí queda huérfano de muchas cosas. Insisto en que todo lo pensaba desde un lugar al que no se le pueden poner pegas, que no era en ese banco de pista infumable desde el que apenas se distingue a qué equipo pertenece cada futbolista ni en uno de los lejanos fondos tras las porterías.
Es una pena que no sea el cerrilismo de nuestros clubes de fútbol lo único que impida compartir tan suntuoso estadio, pero fútbol es fútbol y el fútbol requiere cercanía. Hay quien confunde la cercanía con la posibilidad de darle un paraguazo al linier de turno o un almohadillazo al árbitro, pero no cabe la menor duda de que el fútbol no es para verlo con prismáticos. Por lo demás, todo magnífico en cuanto a la comodidad del estadio, que otro defecto es el de la ordenación de un tráfico que se hace demoníaco a la terminación del partido, incluso una hora después de que el árbitro haya dicho esto se ha terminado... pero eso no es culpa del estadio, claro que no.
Sus defectos han contribuido en gran medida a que la selección no venga con más frecuencia a Sevilla. El fútbol necesita que el anfitrión se sienta arropado y ahí no lo está en la medida que se arropa en un estadio exclusivamente de fútbol. Bien se puede argüir que en Sevilla hay un gran estadio que es el de Nervión, pero ahí llega el agravio comparativo con el rival de toda la vida. No cabe la alternancia, pues ya se sabe que en el estadio bético, se empezó la casa por el tejado, dejando la zona noble para un final que no parece vaya a llegar nunca jamás. Y ya se sabe que sin zona noble no hay posibilidad alguna de organizar eventos de alto standing, conque...
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