LA celebración desde esta noche del Festival de Danza en Itálica es un hecho de relevancia. Les recomiendo tres espectáculos: el de Michael Clark, la exhibición de estrellas del Ballet de la Ópera de París, y el de Javier Barón. Pero el brillo de la danza a la intemperie no eclipsa un asunto más importante para las artes escénicas en Sevilla. El Ministerio de Cultura, sin Marset en el Inaem, ha dejado de convocar ayudas para la construcción de espacios escénicos privados. Lo considera una competencia autonómica. Corre riesgo de irse al traste la excepcional coincidencia de profesiones del teatro dispuestos a crear salas estables que equilibrarían el mapa cultural de la ciudad. Atentos a la tela del telón. Se puede pasar de la ilusión a la frustración.

Sin el amparo del Ministerio, el objetivo del sector teatral es la Consejería de Cultura, que atiende a la necesidad incuestionable de construir o rehabilitar teatros de titularidad pública en el mayor número posible de localidades. Lo que se le va a pedir no ha entrado en sus planes ni en sus equilibrios geográficos. Sevilla, indiscutible capital de la producción de teatro y danza en Andalucía, si quiere parangonarse a ciudades europeas de sus dimensiones, ha de tener abiertas todo el año más de una docena de teatros. Por creatividad artística y por demanda. Sólo una actitud cobarde por miedo a los profesionales del agravio puede inducir al enroque en la Consejería para no evolucionar y no sentar un precedente positivo.

Más que colgados de la brocha, están colgados de los focos Atalaya en el teatro de Pino Montano, La Cuadra en el del Cerro, La Imperdible en el que quiere construir en Torneo, María Pagés junto a la Torre de la Plata, Viento Sur en Triana, Los Ulen y su ideada Sala Fli, Roberto Quintana y su Proyecto Lear, etcétera. Habían aprendido a asumir riesgos financieros y ahora no tienen quien les acerque una escalera para pisar tablas sin darse un batacazo.