La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los riesgos de la Feria de 2025
como en botica
PRIMAVERA... ¡Alegres mirlos de Duero! Pajarillos de la calma. Trovadores mirlos negros que brincáis por el suelo o voláis de rama en rama. Plenitud de primavera… Negros mirlos recoletos, que sonáis trinos de fuego convocadores de hembras.
A lo mejor es por la edad, y por la consiguiente nostalgia de lo perdido. O a lo mejor es por la duda, por la consciencia de que no sabemos a dónde puñeta nos encaminamos, y por la necesidad de encontrar a qué agarrarse. Lo cierto es que cada día me gusta más recorrer las altas mesetas castellanas. Y lo cierto es que, parando en Veruela, camino de Ágreda; subiendo hasta el pórtico de la Iglesia de Omeñaca o desviándose para entrar en Fuensauco, antes de llegar a Soria, parada y fonda, ya se siente uno distinto. Distinto, sereno y reconfortado.
Soria, corazón de España. Y Veruela, y Berlanga, y Burgo de Osma, y Gormaz, y Gómara, y San Esteban, y Almazán, Andaluz y Aguilera… Solares de cantares viejos y refugios de poetas eternos. Matrices de nuestra lengua y sillares de sentimientos nuestros. Raíces de nuestra historia y crisol de nuestros adentros… Lo recomiendo: el que quiera reencontrarse, que se pierda, en ese feraz desierto.
No existe contraindicación alguna. Gentes amables y abiertas, dispuestas para la atención y el agrado. Comederos centrados en las esencias, desde las sopas a las carnes, de las buenas verduras de los huertos bien regados hasta los vinos de la tierra, brillantes de colores y henchidos de matices gustosos. Paradores, casas rurales, hoteles familiares… Todos ellos albergues gloriosos, llenos de calidez y de amor por los pequeños detalles. Y Patrimonio Cultural emocionante, mínimo o grandioso, desparramado por todas las esquinas. Corazones de España. Gentes, lugares y abrevaderos para el acogimiento y para el disfrute de nuestras entrañas compartidas.
Además, se puede volver por La Mancha, parándose en Puerto Lápice, camino de Daimiel, por ejemplo. Y almorzar en la Venta, bajo el halo de Don Quijote, para luego, por carreteras como flechas, llegarse a Las Tablas, con la paz de la atardecida, para empaparse del renacimiento anual de la vida, contemplando a las fochas alimentar a sus crías o admirándose del amerizaje de los cormoranes y de los porrones comunes. Espectáculos únicos.
Lo dicho: en tiempos de pérdida del Norte, perdámonos en los corazones de España. A lo mejor encontramos algo que sirva para encontrarnos a nosotros mismos.
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