como en botica

josé / rodríguez De La Borbolla

Corazones de España

El autor evoca un viaje por las dos Castillas, "la Vieja y la Nueva"

PRIMAVERA... ¡Alegres mirlos de Duero! Pajarillos de la calma. Trovadores mirlos negros que brincáis por el suelo o voláis de rama en rama. Plenitud de primavera… Negros mirlos recoletos, que sonáis trinos de fuego convocadores de hembras.

A lo mejor es por la edad, y por la consiguiente nostalgia de lo perdido. O a lo mejor es por la duda, por la consciencia de que no sabemos a dónde puñeta nos encaminamos, y por la necesidad de encontrar a qué agarrarse. Lo cierto es que cada día me gusta más recorrer las altas mesetas castellanas. Y lo cierto es que, parando en Veruela, camino de Ágreda; subiendo hasta el pórtico de la Iglesia de Omeñaca o desviándose para entrar en Fuensauco, antes de llegar a Soria, parada y fonda, ya se siente uno distinto. Distinto, sereno y reconfortado.

Soria, corazón de España. Y Veruela, y Berlanga, y Burgo de Osma, y Gormaz, y Gómara, y San Esteban, y Almazán, Andaluz y Aguilera… Solares de cantares viejos y refugios de poetas eternos. Matrices de nuestra lengua y sillares de sentimientos nuestros. Raíces de nuestra historia y crisol de nuestros adentros… Lo recomiendo: el que quiera reencontrarse, que se pierda, en ese feraz desierto.

No existe contraindicación alguna. Gentes amables y abiertas, dispuestas para la atención y el agrado. Comederos centrados en las esencias, desde las sopas a las carnes, de las buenas verduras de los huertos bien regados hasta los vinos de la tierra, brillantes de colores y henchidos de matices gustosos. Paradores, casas rurales, hoteles familiares… Todos ellos albergues gloriosos, llenos de calidez y de amor por los pequeños detalles. Y Patrimonio Cultural emocionante, mínimo o grandioso, desparramado por todas las esquinas. Corazones de España. Gentes, lugares y abrevaderos para el acogimiento y para el disfrute de nuestras entrañas compartidas.

Además, se puede volver por La Mancha, parándose en Puerto Lápice, camino de Daimiel, por ejemplo. Y almorzar en la Venta, bajo el halo de Don Quijote, para luego, por carreteras como flechas, llegarse a Las Tablas, con la paz de la atardecida, para empaparse del renacimiento anual de la vida, contemplando a las fochas alimentar a sus crías o admirándose del amerizaje de los cormoranes y de los porrones comunes. Espectáculos únicos.

Lo dicho: en tiempos de pérdida del Norte, perdámonos en los corazones de España. A lo mejor encontramos algo que sirva para encontrarnos a nosotros mismos.

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