EL TIEMPO Llegan temperaturas de verano a Sevilla en pleno mes de mayo

Alto y claro

José Antonio Carrizosa

Emigración

PRESUMÍAMOS de tener la generación mejor formada de la historia y la hemos puesto en la tesitura de renunciar a su tierra y a su cultura porque la sociedad a la que pertenece no le da la posibilidad de buscarse una vida digna. Son los jóvenes licenciados que han tenido que marcharse lejos para desarrollar las carreras profesionales para las que se habían preparado y los muchos que están aprendiendo alemán a toda prisa porque la primera potencia europea ha sido capaz de recuperar su economía y ahora necesita gente preparada que la empuje. La crisis profunda, larga e inacabable que padece España, y que en Andalucía y Sevilla adquiere tintes especialmente graves, tiene muchas consecuencias dramáticas de desarticulación social. La falta de expectativas profesionales para los jóvenes es una a la que hay que prestar especial atención. Si ya los índices de paro tercermundista que aún padecemos son el símbolo del fracaso de una sociedad y de sus dirigentes, la emigración forzada de los jóvenes más cualificados y preparados refleja un desistimiento de futuro que se pagará.

Que los periódicos españoles hayamos dejado de dedicar grandes espacios a la inmigración y estemos hablando de emigración nos retrotrae a una España que había quedado superada hace décadas. Bien es cierto que ahora no se trata de exportar mano de obra masiva y barata en vagones de tercera y con maletas atadas con cuerda para levantar la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Ahora es una emigración más selectiva y en la que se valora la formación y la excelencia. Pero precisamente por ello es una descapitalización incluso más preocupante. Pero, en la base, es el mismo fenómeno que en la España de los 50. Las expectativas despertadas en toda España por el anuncio de que Alemania necesitaba ingenieros españoles, la visita de esta semana de Merkel a Madrid en la que venía a darnos las notas de la reforma o los índices de paro con los que cerramos el mes de enero son estampas que reflejan hasta qué punto nos hemos desarmados como sociedad.

Un panorama descorazonador. Pero es lo que hay. Tomar conciencia de lo que nos está pasando es el primer paso para ponerle remedio. Tenemos por delante un futuro que no será fácil. Casi todos los análisis coinciden en que el camino de reformas emprendidas es el correcto y en que los frutos van a verse más pronto que tarde. Mientras tanto, exportamos talento, que es la mercancía que un país nunca debería dejar que se le escapara.

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