La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
Las dos orillas
CUANDO se habla de la independencia de Cataluña, los más recalcitrantes anticatalanistas suelen decir: pues si quieren ser independientes que se fastidien, y que el Barça juegue una Liga con el Girona, el Tarragona, el Lleida, el Sabadell, el Sant Andreu, el Hospitalet y el Badalona, entre otros. A veces incluso se añade el Espanyol, que quizá se cambiaría el nombre por el Cornellá, o el más histórico de Sarriá, o se mudaría a Teruel, vaya usted a saber. Pero a continuación de esa opción insensata, siempre se plantea otra sensata: ¿y qué sería de una Liga española sin el Barcelona? O sin el Real Madrid. Pues esta pareja es inseparable de nuestra noción del fútbol patrio. Sería como divorciar a Adán de Eva, o a Romeo de Julieta. Se nos hundiría la historia.
Hasta Joan Laporta, padre del independentismo catalán posmoderno y de sardana, es consciente de que la separación futbolística es una barbaridad. Una Liga propia del Barça con el Terrassa y demás implicaría que más de media Cataluña no quisiera la independencia. Ante tal obstáculo para el progreso de los pueblos, y sobre todo para el progreso de Laporta, pues ha tenido una brillante idea. ¿Qué idea? Organizar una Liga Ibérica, en la que no sólo estarían los mejores clubes de España y Cataluña, sino también de Portugal. O sea, no sólo Barcelona y Real Madrid, sino además Benfica y Oporto. O sea, la Iberia unida que jamás será vencida, a efectos de Liga. Habrá pensado que la petición conjunta de España y Portugal para organizar el Mundial de 2018 ya es un primer paso.
No deja de ser curioso que, gracias a los independentistas, vuelva el ideal de la unidad ibérica, que planteó la izquierda en el siglo XIX. La unión de España y Portugal en Iberia, el supranacionalismo peninsular, es un viejo objetivo. Aunque ahora nos suena a aerolíneas, la idea de Iberia sobrevuela por ahí. En el verano de 2009 la Universidad de Salamanca presentó una encuesta, según la cual el 39,9% de los portugueses apoyaban la integración política de España y Portugal en una Federación de Estados (o un Estado Federal, o algo así). Esta unión ibérica era apoyada también por el 30,3% de los españoles, un porcentaje inferior, pero significativo. Curiosamente, el porcentaje de portugueses que apoyarían la federación con España es semejante al porcentaje de catalanes que votarían a favor de la independencia en un hipotético referéndum, según las últimas encuestas; un porcentaje que subió tras la sentencia del TC y después ha bajado.
Todo esto nos demuestra que las uniones y desuniones dependen de la pasión que se ponga. Como en la vida misma. Y que las naciones son menos eternas de lo que parecen. Pero, eso sí, siempre son una buena excusa y un gran chollo para los nacionalistas.
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