Carlos Colón

Impresión personal

la ciudad y los días

05 de enero 2012 - 01:00

ENTRO con uno de mis hijos en el Salvador para ver el Nacimiento de la Hermandad del Amor. Hacemos cola en la escalinata. Pasamos el esterón de plástico transparente -plasticón, pues, más que esterón- y pasamos ante el mostrador de la tiendecita de souvenirs y venta de entradas que han instalado en el hueco del cancel de madera. Nos identificamos como nativos mostrando el carné de identidad y pasamos al interior.

Hace mucho tiempo que no entro en el Salvador. Una vez que pase el traslado de Pasión volverá a pasarlo antes de que vuelva a hacerlo.

Cuando era una parroquia lo visitaba a diario para rezarles a la sevillana, contemplándolos, al Amor y a Pasión. Pero desde que es templo a tiempo parcial y museo de pago o de carnet a tiempo casi completo evito entrar en la vacía caja torácica, sin corazón, de ese cadáver perfectamente embalsamado.

Hemos inventado en Sevilla la "restaurotaxidermia", que ha dejado la Catedral o esta antigua parroquia con la inalterable apariencia de vida de lo que carece de ella y el brillo de los ojos de cristal. Se alinean sillas de plástico negro tras los bancos. Imponen los majestuosos altares, tan perfectamente restaurados, tan hambrientos de misas y de oraciones. La Virgen de las Aguas, acostumbrada desde hace tantos años al ayuno devocional, soporta con más resignación o naturalidad su ser expuesta que las imágenes que, por tener hermandad, nunca han pasado hambres de rezos.

El Amor es contemplado como una estatua por los turistas. El Señor de la Borriquita por fin tiene altar, pero echa de menos las lamparillas que le encendían los niños. Pasión está encarcelado. Junto a su capilla está su paso mutilado, supongo que para que los turistas puedan admirar mejor las labores de Cayetano González. El paso con los zancos cortados me recuerda a aquellos desdichados sin piernas que se arrastraban sobre una tabla con ruedas, impulsándose a golpe de brazos con los tacos de madera que llevaban en las manos.

Hay una música ambiente que da un toque new age. Como se puede ver en las estanterías de la librería San Pablo, la religión se está acercando peligrosamente a la autoayuda y a la difusa, ecléctica y superficial espiritualidad new age. Se pasea, gruñendo, el fantasma del integrista don Francisquito. Sé que quienes han hecho esto quieren más y sirven mejor a la Iglesia y a su patrimonio que yo. Pero uno, que debe ser un sentimental carcundia sin sentido de la realidad, cree que las iglesias están hechas para rezar, recogerse, celebrar los cultos y administrar los sacramentos. Y que, naturalmente, deben estar abiertas a todos; pero gratis y sin subordinar su uso cultual al cultural.

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