Rafael López Rodríguez

Planes de rescate: ¿por qué no funcionan?

La tribuna

27 de diciembre 2008 - 01:00

EL suelo está enladrillado ¿Cómo se desenladrillará? En la reflexión de este trabalenguas se encuentra la clave al allanamiento de las actuales dificultades en la economía española. Cuesta hacerlo con serenidad; una parte de nuestra sociedad se benefició del negocio especulativo del ladrillo en los últimos años mientras una minoría significativa con necesidades reales de vivienda quedaba excluida de su acceso.

Lamentablemente, hemos solapado nuestra recesión con la crisis financiera internacional asumiendo que una acción multinacional coordinada nos elevará a un círculo virtuoso de crecimiento económico. Esto no va a suceder por dos poderosas razones. En primer lugar porque necesitamos unos planes estructurales de reconversión económica específicos; y en segundo lugar, porque una gran parte de los planes lanzados hasta ahora, están teniendo un efecto limitado sin conseguir arrancar el motor económico. ¿Por qué no están siendo plenamente efectivos? La respuesta es de índole psicológica; resulta complejo diluir un torbellino de miedo y desconfianza. Ésta es la principal debilidad de los planes de rescate lanzados por las economías desarrolladas; no se atacan factores clave que originaron esta situación de desbandada económica.

Han sido pocos los esfuerzos por identificar, individualizar y desterrar a las personas e instituciones que abusaron del mercado, de las regulaciones existentes y de la buena fe y la confianza de los inversores. No es una mayor o menor regulación lo que facilita la el funcionamiento correcto de los mercados; es una cuestión de disciplina y riesgo moral. Existe normativa por la que se pueden encausar las conductas de los principales fiascos financieros. Es una cuestión de otorgar garantías morales a los inversores. Baste el ejemplo del bañista ahogado y el turista asustadizo.

Imaginemos por un momento, que somos inversores internacionales de vacaciones en una paradisiaca isla del pacífico. Apenas llevamos dos días disfrutando de un entorno magnífico cuando, durante el desayuno, la dirección del hotel nos informa en una nota que un bañista se ahogó a primera hora de la mañana debido a un corte de digestión. En la nota se nos aconseja respetar nuestros horarios de comida y baño.

La muerte de otro turista es un hecho incómodo. Sin embargo, el camarero que sirve el café, nos revela que en realidad el ahogado falleció tras el pequeño ataque de un tiburón que le arrancó una pierna. El fallecido hubiera muerto desangrado, pero fue la parada cardiaca ocasionada por el susto lo que produjo la muerte. Aunque algunos forenses locales opinan que fue el desajuste térmico del baño lo que provocó el fallo cardiaco. No le quepa duda que tras el desayuno, o usted o yo tendremos ligeras molestias estomacales. ¿Será correcta la información del camarero? ¿Debemos por el contrario confiar en la nota de la dirección del hotel?

Como no hay mucho que hacer, nos encaminamos a la playa. El día anterior, era un paisaje puro, arena blanca, azul del mar, palmeras altivas, compañeras y compañeros de ocio, relajados, confiados y displicentes sesteaban en hamacas de diseño. Al llegar hoy, encontramos un cartel colocado por la dirección del hotel advirtiendo las recomendaciones del baño y exonerando responsabilidades; también han contratado una pareja de apuestos salvavidas, chico y chica. Les acompañan dos policías locales equipados con indumentaria y utensilios para el rescate de bañistas imprudentes. En el mar, dos lanchas guardacostas patrullan cerca de la orilla. Mediante altavoces aconsejan no internarse en aguas profundas.

En las hamacas, los escasos turistas nos confirman que el ahogado fue más bien atacado por un tiburón. Incluso, muestran en un móvil una borrosa imagen de una sabana ensangrentada junto a una ambulancia. Usted y yo pensamos dos cosas al unísono ¿Para qué sirve este paripé? Y… "mientras no vea muerto y colgado de un palo al puñetero tiburón, maldita la gracia que hace bañarse en esta playa".

Esta escena está ocurriendo en nuestras economías; las autoridades se afanan por restablecer el sistema y en su acción atemorizan a inversores y ciudadanos. Todos observamos el lanzamiento de planes y medidas reguladoras pero hasta ahora nadie se ha ocupado de cazar en serio a los tiburones. ¿Quién se lanza al agua? ¿Cómo vamos a realizar consumos de entidad si se cuestiona la estabilidad laboral? Más vale aplazar nuestras opciones de inversión. Y en la medida que aplazamos ese consumo, aceleramos los despidos de otros trabajadores.

¿Y los inversores? Después del fiasco de muchos negocios, la inversión más rentable y garantizada son la caja y el negocio propio donde se sabe quién es quién. De mantenerse esta coyuntura, nadie plantea entrar en otros mercados y negocios sin una mínima confianza en los socios. Estas inquietudes que han venido aumentando en pocas semanas están erosionando las estructuras de la economía. Ante esta situación, sólo cabe una respuesta por parte de los gobiernos y principales agentes económicos, garantizar estabilidad económica a la ciudadanía, ejercer disciplina sobre conductas irresponsables y fijar de modo claro un nuevo objetivo socioeconómico que de brío a las estructura económica.

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