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¡Podemos!

la otra tele

28 de abril 2011 - 01:00

NADA será igual después de Crematorio. En este espacio, por ejemplo, no podremos volver a meternos con saña con las series españolas en general. Ya hay una honrosa excepción. Una serie que tiene poco o nada que envidiarle a las mejores producciones de culto americanas. Si acaso hay un solo 'pero' que ponerle a Canal + en su primera gran apuesta por la ficción televisiva de calidad es su escaso entusiasmo promocional. Esta excelente miniserie basada en la novela homónima de Rafael Chirbes y dirigida con sobriedad y buen gusto por Jorge Sánchez-Cabezudo no ha recibido el apoyo de marketing que merecía, algo que cuesta entender tratándose del primer grupo de comunicación de habla hispana. Tras una campaña inicial que tampoco fue para tirar cohetes, la serie se quedó de la mano de Dios. Pero hasta aquí llegan los reproches.

Crematorio, que acabó el lunes tras ocho episodios de altura, es un retrato fidelísimo de la corrupción política, urbanística y moral instalada en el litoral mediterráneo español al calor del boom inmobiliario. Puede que a un alemán, a un holandés o a un tipo de Burgos le sorprendan algunas de las cosas que ocurren. Pero créanme y tiren de memoria o de hemeroteca: por aquí han pasado todas. Un promotor, un mafioso ruso dueño de un equipo de fútbol, el concejal de Urbanismo, el abogado experto en tapaderas, la familia casi aristocrática que prefiere no saber de dónde sale tanto dinero mientras todo el mundo les hace reverencias, los matones, los fontaneros, los testaferros, la novia más joven que la hija, los coches, los hoteles, los puticlubs, los pisos en primera línea de playa... ¿Les suena de algo?

De Crematorio hay que aplaudir casi todo: el magnífico casting, su excelente fotografía y localizaciones, su perfecta música, tanto en los créditos de inicio como de salida (casi más importantes para dejar buen sabor de boca) y, especialmente, los diálogos. Son crudos, duros, cínicos, inmisericordes. Como la trama. Y la magistral interpretación de Pepe Sancho, puede que en el papel de su carrera, es de una intensidad abrumadora. Su Rubén Bertomeu se adueña de la pantalla en cada escena. No se queda muy atrás el trabajo del ruso Vlad Ivanov como el frío pero temible Traian, ni el de Pau Durà como el letrado Zarrategui, a lo consiglieri Tom Hagen, o el de la colombiana Juana Acosta. Este artículo se queda corto, muy corto, para enumerar los méritos de esta serie. Que no sea una raya en el agua.

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