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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

La burbujita estética

En los países emergentes, y también en el caso de España, los tratamientos de belleza están experimentando un imparable auge

HACE no menos de veinticinco años, asistí por azar a una fiesta en Milán. La anfitriona no celebraba su cumpleaños, sino que te recibía diciendo: "Sono Annalaura, e mi sono rifatta il naso". Se había operado la nariz, que no debería de gustarle, y su padre le había regalado la operación: ése era el motivo de la fiesta. Recién llegado de la Bética hispánica, sin saber aún que existía un Vogue Uomo que los chicos allí devoraban cada semana, me pareció alucinante no ya el motivo, sino que la operada se paseara orgullosa entre el chavaleo con la cara amoratada y en buena parte vendada. A veces se quejaba, y las lágrimas le brotaban, quizá tanto por el dolor como por la dicha del momento: cincelarse la nariz era cosa de ricos desacomplejados, especie que abunda en el norte de Italia. Por entonces, quizá ni siquiera nuestras Cayetana e Isabel se habían lanzado a la eterna gymkana dermoestética en la que, ya hoy aquí también, participan mujeres y hombres, en aparente contradicción con la crisis. "Si la moneda y las expectativas menguan, se prescinde de lo accesorio", podría ser un principio de racionalidad económica. Un principio microeconómico obsoleto a día de hoy, en los que la mejora estética personal y su convergencia con los cánones de belleza vigentes no son algo accesorio, sino para muchos esencial. O adictivo, que viene a ser lo mismo en sus efectos. O quizá es que es una tendencia global inexorable de la que ni la penuria nos va a excluir.

Estados Unidos o Brasil, por supuesto, pero también Corea de Norte o China son lugares de eclosión de la cultura de la cosmética. Claro que, bien mirado, aparte de la meca estética USA, el resto son países emergentes, donde las necesidades (en principio) superfluas son un vastísimo campo de expansión de la producción y el consumo. Enfocando aquí, resulta como decimos paradójico que las franquicias y clínicas estéticas no sólo ofrezcan una diversidad enorme de posibilidades reductoras, decapantes y decolorantes, ampliadoras, depilatorias, elongatorias, con técnicas invasivas o no, con facilidades de pago… sino que además funcionen viento en popa. Si las burbujas económicas tienen una fase de despegue seguida de otra de exuberancia, probablemente nos encontremos en España en la etapa de exuberancia estética: ¿de qué otro sector podemos decir tal cosa? Cuando uno ve que en su barrio abren hasta tres nuevos establecimientos estéticos en apenas un mes, puede concluir dos cosas al alimón. Una, que es un negocio en auge, donde quien tiene dinero para invertir ve un diferencial respecto a otras actividades. Dos, que son demasiados los que acuden al panal de rica miel. Y alguno se va a quedar sin silla al parar la música, es decir, al estabilizarse la oferta y la demanda.

¿Llegarán un día las mujeres -de momento, el target principalísimo, y a la publicidad me remito- a rebelarse ante la excesiva presión de la apariencia y la necesidad de gustar, y un eventual pendulazo promoverá socialmente la naturalidad y la aceptación de uno mismo y de su edad, con el único paliativo de la actividad física y la buena dieta? Puede, pero no van por ahí las cosas de momento, ni se atisban puntos de inflexión de esta tendencia (en todo caso, inflexión al alza, como decimos y atestiguan los registros del SAS sobre esta actividad empresarial privada). Mientras la televisión se cebe en la jequesa de Qatar y el modelito de Letizia; mientras en los colegios se siga exigiendo a las niñas ir en falda; mientras, en fin, nuestras ministras de izquierda se quirren por salir en el Vogue, el negocio estético tiene tanto ímpetu que tiene todas las trazas de ser una burbuja. De baja intensidad, eso sí. No es lo mismo un prestamito de 5.000 que un hipotecón de 200.000.

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