Carlos Colón

Otros 'burkas' (y II)

LA CIUDAD Y LOS DÍAS

09 de septiembre 2011 - 08:28

SE prohibe el burka. Pero se da por buena la delgadez extrema que induce a la anorexia; operarse obsesivamente para adecuar el aspecto a lo que la moda y el estereotipo machista imponen hasta arriesgar la salud o acabar como una muñeca recauchutada; perforarse todo el cuerpo o dilatarse monstruosamente los lóbulos de las orejas; la exhibición de carnaza o el fomento de la precocidad sexual. Se entiende que estas prácticas son libres elecciones de los individuos. ¿Por qué, entonces, no lo sería vestir el burka o -cuestión aún de menor importancia- llevar el velo que no cubre el rostro? ¿Porque tiene que ver con una prescripción de origen religioso y no con las prescripciones de la moda, del machismo y del mercado?

Si una mujer es obligada a llevar el burka contra su voluntad debe ampararla la Ley. Pero si lo lleva voluntariamente, ¿por qué prohibírselo? ¿Habría que prohibir también que las mujeres jasídicas judías usen peluca o que las monjas lleven hábito? No conozco mujeres más fuertes, libres y realistas que las Hermanas de la Cruz; y van por la calle con sus hábitos que una vez llamé clausuras portátiles. Esa prenda que las cubre por entero, dejando ver sólo el rostro y las manos, lejos de significar humillación y sometimiento al hombre, es el símbolo de una libertad superior a todas las pequeñas libertades (tantas veces meros espejismos) que los demás creemos gozar cuando la mayor parte de las veces son inducciones.

Cierto es que deben vigilarse las importaciones de costumbres que vulneren derechos reconocidos. Y que -digámoslo en las vísperas de la conmemoración del 11-S- se debe estar alerta ante la penetración del fundamentalismo islámico. Pero igualmente cierto es que no todo musulmán es un fundamentalista peligroso y que no todas sus costumbres imposición que humille, segregue o maltrate a la mujer.

Deberíamos vigilar con idéntico celo la conversión del cuerpo de la mujer en mercancía, la objetualización de los concursos de misses, la proliferación de la prostitución esclava, las servidumbres e inducciones de la moda, las continuas humillaciones -¿en serio?, ¿en broma?, ¿voluntarias?, ¿inducidas?- a las que tantas mujeres son sometidas en la telebasura. "Queremos fomentar el respeto a los derechos y dignidad de las mujeres", ha dicho el alcalde de la localidad mallorquina que ha prohibido el burka. ¿Quién no podría estar de acuerdo con él? Pero ello conllevaría prohibir y censurar muchas otras cosas, además de la rigurosa y exagerada vestimenta, voluntarias o inducidas, fruto de la libertad de elección o impuestas por estereotipos machistas y por la necesidad, que humillan a la mujer y la reducen a mercancía del sexo o del espectáculo basura.

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