La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
La ventana
DESDE que el profesor Losada Villasante, desde su sabiduría indudable, aconsejó una cervecita, o dos, al día, los pocos objetores del rubio elemento se quedaron sin argumentos. Y como, por si fuera poco, al Gambrinus le hicieron una liposucción y lo dejaron con cintura de banderillero, pues nada, a competir con los bávaros en la cosa de libar cerveza. Y así, Sevilla se convirtió a través del pasado siglo en una especie de Múnich meridional a la hora de darle trabajo al tirador y de dejar al ganado equino sin apenas cebada que llevarse a la boca. Y es tanto el predicamento de la cerveza por estos andurriales que así como hay quien comete la chocante heterodoxia del helado de fabada o de lentejas, unos sevillanos de Cruzcampo le han dado rienda suelta al caletre para encontrar fórmulas tan magistrales como las de torrijas, bizcochos o bombones de cerveza, que ya es ser partidario de la birra.
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