José / Ignacio Rufino

No nos defraudes tú tampoco

el poliedro

La Agencia Tributaria hace su trabajo con encomiable diligencia, pero sus rectores deben ser valientes y ecuánimes

09 de noviembre 2013 - 01:00

CON la misma prevención por no parecer del antiguo régimen que ha hecho del uso de la bandera española un estigma, durante toda la Transición y la entrada en la teórica madurez democrática se ha prescindido de enviar mensajes públicos sobre cosas como el civismo, la higiene, la forma de conducir o los deberes ciudadanos. De los derechos de la gente sí han hecho uso, y también abuso, las instituciones centrales, autonómicas -las que más- y locales, pero con un innegable tufo a propaganda en el sentido de manipulación y electoralismo. En otros países con un pasado menos pesado no tienen esos complejos: recuerdo los carteles de "Lávese bien las manos con jabón después de hacer sus necesidades mayores para prevenir la difusión de virus y bacterias" en Escocia, hace pocos años. Por suerte y por nuestros récords de muertos y heridos en las carreteras, la Dirección General de Tráfico volvió a hacer uso del arma aleccionadora en cuestiones esenciales que los españoles nos cuesta comprender y practicar. Ya no se trataba de dar consejos para no coger piojos o para evitar que se dijeran barbaridades a las mujeres por la calle, o para que la gente no escupiera (¡en el autobús!), sino de recordar que vivimos en un mismo biotopo, y que eso se lleva mejor con un pequeño ramillete de normas que conviene observar sin que venga la Policía con el garrote detrás. Por ejemplo, para no matarse y matar a otros por practicar el narcisismo conductor. En este país, la libertad individual no está aún bien definida.

Ahora, la Agencia Tributaria se ha lanzado a emitir anuncios radiofónicos en los que se nos alecciona en que no defraudemos, que si somos malos contribuyentes somos malos con nosotros mismos y con nuestros hijos. Y por supuesto, con nuestros prójimos en su versión de sujetos pasivos y usuarios de los servicios públicos. Aquel muy exitoso eslogan que decía "Hacienda somos todos" fue un lema necesario en un país que carecía absolutamente de cultura del impuesto directo. El hecho de que Hacienda signifique "los ingresos" está detrás de su modernización, a diferencia del carpetovetonismo de otros ministerios puramente gastosos. Durante la exuberancia del IVA y otros impuestos a espuertas por las operaciones inmobiliarias, la Agencia Tributaria se apalancó y sesteó como un cocodrilo al que le ponen los ñúes recién mataditos en su ribera todas las semanas. Esa desaplicación -que diría Valdano- iba de la mano de un absoluto desmadre a la hora de facturar en falso y (no) contribuir. Daba igual, había de sobra. Pero las costumbres y las inercias, sobre todo las malas, son difíciles de corregir. Y ahora Hacienda se ve canina, y no para de multar, embargar, sancionar y, sobre todo, elevar impuestos. Porque las cuentas no salen. El problema es que en este país paga quien no tiene más remedio. El que sí tiene remedio, se escaquea. Por eso el nuevo spot moralista llega a tocar partes muy cercanas al bolsillo de quien no para de pagar mayores ibis e ivas, impuestos sobre la renta y las transmisiones, además del muy gallardoniano y municipal principio del "tasita a tasita". Por no hablar de las mencionadas multas, intereses y embargos, que de tan eficaces en su gestión y cobro huelen a avidez que marean. Este tañido a rebato no sólo lo practica la Agencia Tributaria central, sino la autonómica y la municipal. A todos ellos, al oír el anuncio del ético contribuyente español, les dedicamos esa parte de los todos de Hacienda que sí pagan impuestos un contralema: "Si no quieres que defraudemos, no nos defraudes tú". Y ve por quienes cobran sobresueldos negros, por las empresas que se exceden en su I+D+i tributario, por los codiciosos cuya pasión es torear a Hacienda. Y también por los pequeños defraudadores, pero después. Prioricen y no vayan a lo fácil. Que se cargan el invento.

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