La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
desde mi córner
SIEMPRE, o casi siempre, se abre un tiempo de ilusión con la llegada de un entrenador nuevo. Arriba al banquillo diestro del Sánchez-Pizjuán según se ve desde la preferencia un hombre que fue muy importante de corto y que anda en la tarea de abrirse camino de una vez con chándal y pizarra. Todavía nos preguntamos muchos cómo un hombre del prestigio de Marcelino no supo tocar las teclas adecuadas para el buen funcionamiento del Sevilla, pero la verdad es que el disparate de la segunda parte con el Villarreal fue no sólo para darle la boleta sino para poner en entredicho sus aptitudes de entrenador de fútbol.
Ayer debutaba Míchel como manijero del Sevilla y, como hizo Marcelino en su día, ha prometido que cumplirá los objetivos continentales que impone Del Nido. Objetivo Champions, of course, que la Liga Europea se considera pedrea por Nervión y sólo el primer torneo continental permite una vida sin apreturas en el ambicioso modus vivendi que puso en marcha el racial abogado. Está claro que en fútbol, como en tantas y tantas facetas de la vida, cada maestrillo lleva su librillo bajo el brazo y que mucho habrá de cambiar del que portaba Marcelino para que las cosas salgan como han de salir, como se exige desde la cúpula para que el Sevilla sea lo deseado.
Por lo pronto estamos ante una filosofía distinta, nada que ver el hipotético pragmatismo de un entrenador que venía con esa vitola y los gustos de Míchel. Por lo que mostraba el Getafe que él conducía, su libro tiene bastante que ver con lo que él ofrecía desde la banda diestra del Bernabéu en sus años mozos. El equipo del sur de Madrid daba buenas tardes de fútbol y eso es lo que anhela la clientela nervionense... siempre y cuando ese buen fútbol vaya acompañado de resultados que siguen muy frescos en su memoria. Ojalá sea así por el bien del Sevilla en la seguridad de que peor que iban las cosas hasta ayer difícilmente ocurrirá. Suerte y al toro.
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