la ciudad y los días

Carlos Colón

La libertad del zorro

ESTOY muy de acuerdo con el comentario de nuestra lectora digital Montse sobre la negativa de Aprocom a flexibilizar el horario de los comercios del centro: "La consecuencia de convertir el ocio en consumo es muy peligrosa. Y eso es lo que ha conseguido esta sociedad de consumo. La apertura de comercios sin horario beneficia sólo a las grandes superficies que pueden hacer turnos con su plantilla pero convierte en esclavos a los empleados de pequeñas tiendas".

Efectivamente: la conversión del ocio en consumo, sin considerar tantas alternativas gratuitas, convierte a los pequeños comerciantes y a sus clientes en gallinas ponedoras. Los primeros poniendo huevos sin parar, sin que se les permita distinguir entre el día y la noche. Los segundos picando pienso (consumiendo) sin descanso. El círculo vicioso producción-consumo cuya ruptura, nos amenazan, acabaría con todo el sistema. La máquina-corazón del Metrópolis de Lang hecha realidad: si se detenía siquiera un segundo se paralizaba el esclavizado mundo subterráneo que sustentaba la gran vida del mundo superior.

Para las grandes superficies y las franquicias la libertad de horarios es una bendición. Para el pequeño comercio local es un yugo. Porque es la libertad del zorro en el gallinero para comerse cuantas gallinas quiera. Entiendo que Aprocom se oponga. Para los usuarios es sólo una libertad aparente que les impulsa a consumir mañana, tarde, noche y madrugada. Porque, como bien advertía nuestra lectora Montse, la conversión del ocio en consumo es un peligro. Que en estos tiempos de crisis está mostrando su rostro más crudo: la frustración y la hasta violencia de quienes deben reducir su nivel de consumo de lo superfluo o incluso suprimirlo. Hace unos días el Defensor del Pueblo Andaluz alertaba sobre un nuevo tipo de adolescente maltratador de sus padres: el de quienes -comentaba el compañero Rafael Padilla- siempre recibieron cuanto quisieron y ahora, cuando no pueden satisfacer sus caprichos, humillan a quienes les acostumbraron a identificar felicidad, ocio y consumo.

Nos dicen que en estos momentos de crisis, cuando tantos carecen de lo necesario, lo pertinente es elevar aún más el nivel de consumo de lo superfluo. La libertad que otorga la sobriedad es un peligro. Una persona que llene su tiempo de ocio leyendo un libro sacado de una biblioteca pública es una amenaza. No digamos ya quien cuide los objetos para que duren: ése es un terrorista que atenta contra el cambio sin sentido pretendido por la moda o impuesto por la obsolescencia programada que acorta la vida útil de los productos para hacer obligatorio su reemplazo.

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