Un nuevo Fausto

El efecto Macron responde a un esfuerzo continuado y a un itinerario personal tan lúcido como bien trazado

Una corriente de aire fresco y renovador se extiende por Francia, con ambiciones incluso de traspasar sus fronteras. Un nuevo y joven político confía en que el destino personal para el que minuciosamente se ha preparado coincida con el destino colectivo que un país tan fracturado reclamaba. Siempre conviene desconfiar de los hombres providenciales, pero los franceses han tenido suerte a este respecto y, en los momentos precisos, han surgido gobernantes llenos de ideas factibles y, sobre todo, con capacidad de arrastre y voluntad para hacer y convencer. Emmanuel Macron responde a esa imagen, porque si bien la suerte le ha amparado, sus pasos y riesgos han estado tan medidos como cartesianamente meditados para enfrentarse con tales circunstancias. Tan es así, que el Macron presidente se está ya transformando en el personaje literario -taumaturgo y creíble, a la vez- que un pueblo ávido de cambios necesita. ¿Pero cómo ha sido posible, entre la mediocridad reinante, tan súbita e inesperada aparición? Sus logros no han sido, desde luego, por arte de milagrería: el efecto Macron responde a un esfuerzo continuado y a un itinerario personal tan lúcido como bien trazado. Una entrega que se ha apoyado también en unas instituciones educativas públicas tan rigurosas como selectivas. Porque no es la de Macron la trayectoria rectilínea de un ambicioso de gabinete, que tiene desde el principio bien claro dónde están los aplausos y el reconocimiento social.

Basta recordar que su primera formación universitaria fue filosófica, en Nanterre, donde Paul Ricoeur, le ofreció, como doctorando, que colaborase y le asesorara en un libro que se convertiría en la mejor muestra de la fenomenología francesa. Puede que fuese el propio Ricoeur, recordando con nostalgia su personal y excesivo encierro en el ámbito de la filosofía teórica, el que lo alentara -al captar su potencial intelectual- a experimentar y ensayar en esa otra filosofía práctica que se esconde bajo la política. Puede, por tanto, que haya sido Ricoeur el Mefistófeles que le propuso pactar, garantizándole que si no olvidaba su ética, como filósofo, él le ayudaría a mantenerse joven, ilusionado y con fuerza en el turbio mundo de la política diaria y concreta. De momento, cuando menos por unos días, este nuevo Fausto parece respetar el pacto. Ha acogido, con un pluralismo abierto, ideas y personas que parecían antagónicas y sus primeras medidas legislativas se orientan hacia una estricta moralización de la vida pública. El filósofo empieza, pues, a mostrar su cara: ¿se mantendrá el pacto?

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