Confabulario

Manuel Gregorio González

t res cipreses

30 de marzo 2016 - 01:00

AAlbert Boadella le han cortado tres cipreses en su casa de Jafre, Gerona, como represalia por su conocida oposición a los nacionalistas. Gerardo Diego llamó al ciprés "enhiesto surtidor de sombra y sueño"; pero se conoce que los cipreses de Jafre surten al vecindario de otros dones menos apacibles, de ahí que hayan procedido a su tala, para luego arrojar sus restos al jardín, conjurados ya la alarma y el peligro.

Uno pensaba que el ciprés era un solemne vestigio de la antigua Roma. De hecho, uno pasea por los caminos que fueron de la Bética, de la Lusitania, de la Tarraconense, y es fácil imaginar a César urgiendo a su caballería, en pos del ejército de Pompeyo, por una vía orlada de cipreses. Los cipreses de Boadella, sin embargo, no tenían esa filiación bélica de la Hispania cesárea. Y tampoco esa severa rectitud, mitad monje, mitad cruzado, que le atribuye Diego. Los cipreses de Boadella, con ser "chorro que a las estrellas casi alcanza", son cipreses domésticos, civiles, que fueron cortados porque Boadella es un particular que vive entre la hostilidad de sus vecinos. Y fueron sus vecinos, presumiblemente, quienes acudieron de noche, en torva comandita, para significarle su rechazo al jardinero modo. Con lo cual, el lector benevolente atribuirá dicho acto a la escaramuza aislada de unos individuos. Pero es el individuo, el hombre impar e irrepetible, lo que aquí no existe.

El nacionalismo, ya lo sabemos, es esa ideología que transforma al vecino en enemigo. Pero es también, y en mayor modo, esa concepción del mundo que anula al individuo en beneficio de la masa, del pueblo, de la tribu en armas. No ha sido, pues, un señor con nombres y apellidos quien ha cortado los cipreses de Boadella. Ha sido un catalán superlativo, una exudación del pueblo, un hombre atravesado por el temblor y la fiebre de la heráldica. Ese tipo de estupidez -esta suerte de parálisis- es una enfermedad recurrente. La hemos visto en la Europa del XIX y el XX, y la vemos en la mocedad podemita que abraza la voz vernacular de la arcadia vascongada. Quiere decirse que Boadella, el ciudadano Boadella, se halla completamente solo entre la horda sin nombre. Una vez más, se trata de la vieja tragedia con que nació la modernidad, y que conocemos por el Lázaro de Tormes y don Diego Velázquez. Se trata del hombre aupado sobre sus propios logros, contra el canto mineral, hipnótico, indiferenciado, del linaje y la sangre.

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