Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
AUNQUE ya hablaré de este libro (o con su autor) más detenidamente, no quiero dejar pasar el toro que me brinda la actualidad para una mención adelantada de Huellas sin camino (Athenaica), el espléndido libro en el que Francisco Socas vuelca la sabiduría acumulada durante toda una vida de estrecho contacto con los clásicos griegos, latinos y humanistas. Es en sus páginas donde me tropiezo con este consejo de Petronio: “Hablad de Dios poco, y no sin el mayor respeto”. Y no es que yo pretenda hablarles hoy de Dios –ya hay demasiados falsos profetas dando la tabarra con tan trascendental asunto–, pero sí de las grandes palabras. Más en estos días navideños donde al empacho producido por la dulzaina y el exceso de viandas se une la inflamación de los discursos cotidianos y todos nos erigimos en heraldos de la paz, la solidaridad-caridad, la justicia... Es decir, nos convertimos en sensibleros pregoneros de unas virtudes que no ejercitamos habitualmente. Perdón por el tono de sermón, pero concluyamos con Petronio que lo mejor es hablar poco de estas cosas y con el mayor respeto.
Todo esto para hablarles del discurso del Rey, este año cargado de novedades formales y un texto escueto pero lleno de grandes palabras usadas con laconismo y, a mi entender, acierto. Empiezo por lo formal. Cada vez que el Rey habla desde el Palacio Real es un emocionante acierto. Con la elección del Salón de Columnas, donde se firmó la adhesión de España a la CEE hace ahora cuarenta años, no solo se hizo un explícito homenaje a la irrenunciable vocación europeísta de España, sino también, de manera más vaga, a su destino americanista. Aquel espacio fue el corazón de la Monarquía Hispánica (primero como recio Alcázar Habsburgo y luego como florido palacio Borbónico) y mostrarlo es tremolar el orgullo de su herencia. Sobre la novedad de hablar de pie y moviéndose, como si fuese un presentador de telediario, solo decir que Felipe VI, con ese regio porte, lo aguanta todo.
¿Y el fondo?. El Rey estuvo en su sitio: defendió la Transición, el gran legado de la Corona; pidió a los poderes públicos una ejemplaridad que escasea vía bolsillo y bragueta, y animó a la cohesión de los españoles (la unidad no es algo solo territorial). Finalmente, dejó el gran mensaje de la noche: la necesidad de situar la dignidad del ser humano en el centro de todo discurso y toda política. Conclusión: una monarquía con fuertes raíces históricas, orgullosa de su legado, por encima de la lógica derecha-izquierda y con una clara sensibilidad social y humana. Una monarquía para todos. Grandes palabras de las que no abusaré más. Me callo.
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