Alejandro V. García

La resaca

palabra en el tiempo

17 de enero 2012 - 01:00

COMO esa corriente alemana de la psicología donde el paciente debe interpretar unas formas ambiguas dibujadas sobre un cartón y, de esa manera, manifestar sus pensamientos más oscuros y auténticos, la muerte de Fraga ha servido para que cientos de miles de españoles practiquemos una especie de análisis ideológico y de conciencia y marquemos los límites que separan nuestras convicciones de nuestra benevolencia. Porque las biografías de Manuel Fraga que ayer leímos y escuchamos con una profusión casi intolerable fueron como uno de esos dibujos abstractos donde, de una forma confusa, están todos o casi todos los juicios posibles, incluida la afirmación y su contrario, y sólo una voluntad de orden que es seguramente reflejo de nuestras propias experiencias puede clasificar semejante caos. Sin embargo, cada interpretación de la personalidad de Fraga será distinta y reflejará unas coordenadas ideológicas inequívocas, pues para armonizar semejante emjambre es necesario elegir o resaltar unos rasgos por encima de otros. Cada individuo piensa un Fraga diferente, podríamos decir. Cada obituario equivalía a una confesión, a una exposición firme de creencias. Porque personal e ideológicamente Fraga fue equívoco. De hecho fue franquista y demócrata y esa contradicción básica que lo llevó, primero, a trabajar activamente al calor de una terrible dictadura y después a domesticar a la derecha franquista camino de esta democracia sólo se puede resolver mediante la complicidad o la benevolencia.

Hubo ayer muchos juicios severos contra el Fraga jerarca de Información y Turismo; contra el franquista que justificó el fusilamiento de Grimau; contra el fatuo político del baño en Palomares; contra el ministro que ordenó denigrar al estudiante Enrique Ruano, asesinado por la policía de la dictadura; contra el predemócrata que gritó que la calle era suya o proclamó a Franco como el español más importante del siglo XX. Pero también muchos juicios benévolos a favor del padre de la primera ley de Prensa tras la Guerra Civil; del embajador en Londres que impartía consejos a las plataformas en pro de la democracia; del activo partícipe en la transición a pesar de interpretar la legalización de Partido Comunista como un golpe de Estado; sobre el político de cabeza gigantesca y enorme corazón. Sobre el tipo, en fin, que igual prohibía hace treinta años la entrada a sus conferencias de prensa a ciertos periodistas molestos que concelebraba con informadores de todos los pelajes una de sus pintorescas y caóticas queimadas.

Una vez muerto y enterrado Fraga, el último eslabón de la derecha española con el franquismo, queda la resaca.

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