Manuel Gregorio González

Los titiriteros

Confabulario

10 de febrero 2016 - 01:00

DADO lo ridículo e infortunado del asunto, es muy probable que, en el caso de los titiriteros, se hayan confundido la estupidez política con sus consecuencias penales. Es muy posible, también, que se haya querido ver una exaltación del terror donde sólo hubo una bárbara y desmesurada sátira contra el Poder, tan del gusto de los anarquistas. Es muy posible, en fin, que los titiriteros salgan a la calle gracias a una libertad de expresión que ellos, probablemente, ignoren o desprecien por sus connotaciones burguesas. Todo esto se elucidará en un juicio y no hay mucho más que decir. Sí resulta llamativo, en cualquier caso, el particular concepto de libertad -de libertad de expresión- que observamos en los últimos años.

Parece claro que la libertad de expresión adquiere su sentido en estos casos extremos. Un señor que hable con refranes y no salga de un discurso convencional, del "palabrizal" que dice Carmen Camacho, nunca se verá asediado por la judicatura (en este sentido, me refiero). Sin embargo, uno duda de que se hubiera invocado con tal rotundidad la libertad de expresión si la obrilla de los titiriteros hubiera tratado otros asuntos. Conviene recordar, a este respecto, que tras los atentados de Charlie Hebdo fueron muchas las voces que, de buena fe e ignorando el verdadero alcance de su petición, exigieron la retirada de las caricaturas ofensivas. Recordemos también que Ada Colau prohibió la cartelería taurina en su ciudad (una cartelería muy sofisticada, con pretensiones vanguardistas, en la que no aparecía ningún toro), antes de pedir la libertad de los muchachos encarcelados. Y señalemos por último que, al tiempo que enarbola la libertad de expresión, el Ayuntamiento de Madrid pretende suprimir del callejero a prominentes escritores de derechas, cuya relevancia artística no parece discutible. El caso de Cunqueiro, uno de los mejores escritores del XX español, y un hombre profundamente impolítico, es particularmente desafortunado.

¿A qué llamamos entonces libertad de expresión? Si en la obra del carnaval de Madrid se hubiera exhibido simbología fascista, ¿estaríamos ante el mismo problema? Uno tiende a pensar que no. Y uno tiende a pensar que no porque acudimos a la libertad de expresión, a su salvaguarda, a su difícil equilibrio, por los motivos equivocados. Defender la obra de Sabino Arana -racista, xenófobo y mendaz- no significa, en ningún caso, estar de acuerdo con su robusta idiocia.

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