Martín / Serrano / Vicente

Es el turismo, estúpido

por derecho

16 de abril 2011 - 01:00

DE un tiempo a esta parte vivimos una ola de ordenancismo que invade de múltiples modos cualquier forma de manifestación social. No es ajena a tal fenómeno nuestra Semana Santa. He defendido desde estas páginas la utilidad de las normas jurídicas en el mundo de las cofradías y no voy a incurrir ahora en la contradicción de criticar su existencia. Sostengo que allí donde se juegan los derechos, debe existir una regulación que dote a los interesados de seguridad y garantías suficientes. Denuncio, en cambio, ese afán por intervenir en todas las facetas de la vida personal o colectiva.

Los ejemplos son innumerables. Años atrás se paralizó un proyecto de Sacra Conversación para una cofradía sevillana, el cual enlazaba con nuestra mejor tradición y era similar a otro que hoy se admite sin reparos. Esta cuaresma ha causado cierto escándalo el acuerdo privado entre las hermandades de un día que decidieron sobre una cuestión que sólo a ellas les afectaba. Una norma diocesana regula la precisa oración que debe rezarse en las naves catedralicias durante la estación de penitencia. Otro tanto puede decirse del progresivo cierre o acotamiento de espacios y de la multiplicación de vallas y sillas que amenazan con transformar una fiesta abierta a la ciudad, y de la que ésta se sentía propietaria, en un coto cerrado.

Más allá de la seguridad, aspecto que también requiere de discusión, ese afán de intervenir viene muchas veces explicado por el hecho de que la Semana Santa es algo demasiado serio para ser tratada sólo como asunto meramente religioso. Parafraseando la famosa expresión de Carville, es el turismo, estúpido, se me dirá. La economía de una porción no desdeñable de familias sevillanas depende en buena medida del balance de estos días.

Sin embargo, creo oportuno subrayar que una ciudad como la nuestra no puede permitirse el lujo de que la subsistencia de un número relevante de sus miembros dependa de que no llueva durante una semana; pero mientras así sea, parece conveniente dejar a la libertad del pueblo la participación en la fiesta, sin más sillas ni vallas-y ya son muchas- que las de la carrera oficial, necesarias para la subsistencia del invento, ni más ordenaciones que las que se requieran para que no se desvirtúe la naturaleza de la conmemoración.

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