La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
La ciudad y los días
EL miércoles pasado escribía aquí: "Ocúpense quienes gobiernan en que su recta administración procure el bienestar de los ciudadanos, proporcionándoles una educación, sanidad, seguridad, empleo y vivienda dignos, y dejen la alegría y la felicidad de su cuenta". Y me replicaba un lector: "La alegría de ZP es la de familias que reciben ayuda cuando nace un hijo, de homosexuales que tienen sus derechos, de jóvenes que pueden emanciparse por las ayudas del Gobierno, de los amantes de la paz, de familias que tienen a su cargo una persona dependiente, de los estudiantes con menos recursos, de trabajadores a los que se les ha subido el salario mínimo en éstos últimos años, de inmigrantes que son tratados como otro vecino más, de mujeres que sufren malos tratos".
Lo traigo a colación porque cada vez es más frecuente oír lo que se quiere oír, no lo que se dice, y leer lo que se quiere leer, no lo que está escrito. En este caso, el lector y un servidor decimos algo muy parecido, por muchas diferencias que puedan separarnos; ¿o no es política de bienestar la que tiene que ver con las ayudas por hijos o familiares dependientes, el matrimonio homosexual, la emancipación de los jóvenes, la paz social, las becas de estudios, la subida del salario mínimo, la integración de los inmigrantes o la lucha contra los malos tratos? Estas iniciativas, todas estupendas, tienen que ver con ese bienestar que deben garantizar los gobernantes y ayuda -sólo ayuda- a que los ciudadanos sean más o menos felices al ayudarles a resolver problemas objetivos. Pero estar alegre o ser feliz es una cuestión sobre todo privada y personal. Los homosexuales casados, al igual que los heterosexuales, pueden ser felices o desdichados y estar tristes o alegres; y lo mismo puede decirse en todos los otros casos salvo el de las mujeres maltratadas, que incurre en lo delictivo.
No hace mucho leí un artículo en El País en el que se reivindicaba la posibilidad de ser rico y de izquierdas. Estoy de acuerdo con él, y me pareció torpe y anticuada la respuesta de Rajoy al acusar a los artistas que apoyan a ZP de "socialismo de millonarios". Es mejor, digo yo, que un millonario sea socialista que neoconservador. Pero ese punto de vista, que me parece hoy ajustado a la realidad (aunque suponga la pérdida de valores de sobriedad solidaria que eran propios de la izquierda), conlleva aceptar que también existen en la derecha democrática quienes desean el bienestar de todos los ciudadanos, no sólo de los "ricos", y que no todos los votantes del PP son plutócratas con chaqué y puro o "fachas" con loden y bigotillo.
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