Prescripción con sorpresa final
Identificado un implicado en el asesinato de Juan Holgado de hace 20 años Falleció en 2006
Ayer prescribió el asesinato de Juan Holgado, también conocido como el crimen de la gasolinera. La madrugada del 22 de noviembre de 1995 este joven empleado de la gasolinera de Martín Ferrador que contaba 26 años, murió a consecuencia de un atraco con un botín ridículo, apenas unas 70.000 pesetas (420 euros). La saña con la que se perpetró el crimen dejó un escalofrío que dos décadas después aún conmueve a Jerez. Recibió treinta navajazos de los que tres fueron mortales de necesidad.
La muerte de Juan Holgado supuso un antes y un después en la comisaría de Jerez, un centro policial que quedó marcado. Polvos para positivar huellas que estaban caducados, pruebas que se perdieron (una moneda de 500 pesetas con una gota de sangre desapareció de un cajón) y muchos, muchos palos de ciego provocaron que esas 48 horas que se dicen que son claves para resolver un crimen tras su comisión fueran inútiles. El propio comisario de entonces, Fernández Monterrubio, lo reconocía: "Se entró como un elefante en una cacharrería, se destruyeron pruebas".
Un tetrabrik con una gota de sangre ha sido durante años la última esperanza de la familia Holgado, y de la propia Policía Nacional, pero fue imposible sacar de él un rastro de ADN que apuntara a algún ser humano. Ayer mismo se conoció -según adelantó Canal Sur- que a un rastro de sangre de un tetrabrick se le había puesto nombres y apellidos, Agustín M. R. B.: "Un vecino de La Constancia, con antecedentes policiales, que falleció en 2006, hace ya nueve años". El dato se conseguía en el último arreón dado al caso, impulsado tras la peregrinación a Madrid de Francisco Holgado.
Los últimos análisis realizados, con técnicas de vanguardia dieron un hilo del que tirar pero a escasos días de que el caso prescribiera. Obtener indicios criminales era ya imposible, más aún cuando la persona a quien señalaban las pruebas genéticas está muerto. Lo más curioso del caso a estas alturas es que de confirmarse este punto, el presunto asesino de Juan Holgado era alguien que vivía a apenas unos metros del lugar donde fue asesinado.
La persona a la que señala dicha prueba falleció en la cárcel, al parecer a consecuencia de las drogas y era considerada "problemática y muy peligrosa" por vecinos de La Constancia.
En todo caso, a menos que un a partir de ahora los autores de la muerte de Juan Holgado jamás podrán ser imputados.
Manuel Hortas, abogado de unos de los acusados en el caso, no podía ayer menos que mostrar su satisfacción al conocer que el rastro de un presunto homicida haya aparecido 20 años después. "Esto viene a demostrar que contra lo que muchos han dicho el sistema sí que funciona y ha evitado que cuatro personas que eran inocentes acabaran cumpliendo penas de cárcel por algo que no hicieron".
Para el recuerdo quedará una instrucción que fue mastodóntica. El sumario alcanzó los 6.000 folios en los que, según el ex juez y hoy abogado Manuel Buitrago, se hallaban las pruebas de que cuatro toxicómanos de la barriada de La Asunción, exculpados desde hace más de una década, eran los autores de semejante carnicería. Fueron juzgados dos veces y cualquier persona en sus cabales hubiera sido incapaz de firmar una sentencia condenatoria. Había comentarios, posibilidades, vagos indicios pero nada suficientemente fuerte como para hacer que alguien perdiera 20 años de libertad.
Viendo que la investigación no llegaba a ninguna parte, incluso tras la llegada a Jerez de expertos en homicidios procedentes de Sevilla, el padre de la víctima, Francisco Holgado, decidió meterse dentro de un disfraz e introducirse en los bajos fondos de Jerez con el objetivo de buscar una confesión que nunca llegó. Viajó incluso hasta Valladolid para buscar, junto a uno de los acusados, al trabajador de la gasolinera que cambió el turno a su hijo la noche en que murió. Las cintas fueron grabadas, pero no se admitieron en un juicio que vivió uno de sus momentos claves en el careo entre el padre de la víctima, Francisco Holgado, y el sospechoso número uno. El cara a cara lo ganó claramente el por entonces acusado.
Tras ser declarados inocentes de todos los cargos los sospechosos volvieron a sentarse en el banquillo. En esta segunda ocasión, y a diferencia de la primera, sí se admitieron las cintas. La Audiencia Provincial de Cádiz, en la Cuesta de las Calesas, era un hervidero de periodistas procedentes de toda España. Francisco Holgado, ya conocido. Hubo más ruido que nueces. Quienes esperaban una frase lapidaria, inculpatoria, se equivocaron.
Francisco Holgado tenía 51 años cuando en su domicilio de La Serrana recibieron la terrible noticia. Empleado de banca hasta entonces, no volvió a trabajar sumido en una profunda depresión que una vez medio superada le llevó a investigar por su cuenta visto que los asesinos (siempre ha mantenido que una sola persona no pudo hacer aquella canallada) no aparecían por ningún lado.
Para investigar se enfundó una peluca y un bigote postizos y comenzó a recorrer la ruinas aún en pie de una zona que llegó a ser el mejor barrio de putas de la provincia junto con los lupanares de Rota. Llegó la heroína y todo cambió. El negocio del sexo por dinero quedó olvidado de manos de la venta de paraísos artificiales encerrados en papelas. Se hizo conocido de muchos de los enganchados de la ciudad. Intimó, les invitaba a tabaco y a cervezas ("jamás a drogas") y a cambio obtenía testimonios de todo: algunos esperanzadores, otros confusos y la mayoría completamente falsos. Quien haya conocido a Francisco Holgado sabe que de suicida no tiene nada. Es más, cuesta trabajo imaginárselo en tales labores. Pero lo hizo. Sin obtener resultado alguno
Lo que sí obtuvo, una vez que este periódico descubriera esa doble vida, fue fama a nivel nacional. Libros e incluso una serie de televisión dirigida por el director andaluz Benito Zambrano e interpretada por Juan Diego, titulada Padre Coraje resultaron un verdadero éxito. Se convirtió en una celebridad. A su pesar.
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