Un moderado en una política crispada
El perfil del candidato · Juan Espadas
Huye de los almuerzos y de la política del fango, su fuerte son las cuestiones técnicas. El vecino amable del tercero quiere ser alcalde de su ciudad.
Todo el mundo conoce a alguien que ingresó en un banco de botones y llegó a director general, o que comenzó de vigilante en una empresa y acabó sentado en el consejo de administración. En otros tiempos era muy habitual aquello que los romanos llamaban el cursus honorum. Se empezaba por el nivel bajo de la pirámide hasta llegar un buen día a la cima. Una carrera de méritos, dicen unos. Una habilidad al saber dónde hay que estar en el momento preciso, dicen otros. En el caso de la política, suele producirse una mezcla de ambos factores: el mérito y la habilidad. El hombre puede valer, pero necesita que un dedo lo señale como válido.
Juan Espadas (Sevilla, 1966) se ha pasado un buen puñado de años en diferentes puestos de la mastodóntica estructura de la Junta de Andalucía, con especial dedicación a los asuntos del Medio Ambiente. Ha estado en las bases como técnico y ha llegado a consejero. Es técnico antes que político. Y licenciado en Derecho antes que militante del PSOE. Al partido se afilió en 1997, pero formaba parte de sus entrañas desde 1990. Por eso quiere celebrar el veinticinco aniversario de su vinculación a las siglas con la procesión extraordinaria de ser alcalde de Sevilla.
Este socialista moderado es un tío normal. Se crió en un barrio obrero, como miles de personas. Estudió Derecho, como miles de alumnos que salían del COU directamente a las aulas de la vieja Fábrica de Tabacos. Ha estado de despacho en despacho de la Junta, como decenas y decenas de militantes del partido. Y le gustan los fines de semana en su casa, abonado a la familia y al cine, al igual que una enorme cantidad de ciudadanos que procuran tener eso que los analistas de la psicología refieren como vida ordenada y estructurada.
Espadas es un socialista al que le va mejor el contexto socialdemócrata del PSOE del siempre homenajeado Felipe González, que el PSOE escorado del nunca olvidado Zapatero. Pero el hombre nació en el 66 y es hijo de su tiempo. Hay quien dice que Espadas es el candidato adecuado en el momento inadecuado. Si hubera nacido diez o quince años antes, es muy probable que hoy fuera ya ex alcalde de Sevilla, pero los inicios de su vida como político municipal están marcados por el descalabro socialista tras la gestión de ZP, empeñado en negar la crisis, y el auge de la marea azul del PP en 2011.
Espadas vivió desde la Junta los tiempos en que el PSOE ganaba elecciones con una cabra como cabeza de lista, y está viviendo en primera fila cómo Andalucía ha quedado convertida en la reserva espiritual del socialismo andaluz, con la entrada en el arco parlamentario de dos nuevas fuerzas políticas para las que también se auguran concejalías en la Plaza Nueva.
Como casi todos los políticos con aspiraciones, Espadas es un tipo locuaz. Sus respuestas son como algunas pausas publicitarias de televisión. Da tiempo para ir a la cocina, meter los platos en el lavavajillas, visitar el locum, preparar las mochilas del colegio de los niños y retornar con toda cadencia al sofá. Y allí sigue hablando este señor tan amable, correcto y respetuoso, que todo el mundo desea como vecino en tiempos de derramas, porque siempre pediría varios presupuestos antes de encargar una obra. Y cuando se encontrara con los vecinos de mayor edad en el ascensor, tendría siempre un mensaje tranquilizador mientras prepara con diligencia las llaves de su casa: "Estamos trabajando, estamos trabajando en el asunto, ¿eh? No se inquieten, no se inquieten".
Hay quienes hoy recuerdan su perfil de consejero atípico, aficionado a despachar directamente con los funcionarios que tramitaban cada asunto, más allá de hacerlo con el viceconsejero o el director general. Espadas siempre se siente más cómodo hablando con técnicos y de cuestiones técnicas. Ahí es cuando se mete en la trastienda y se siente más a gusto que Robles poniendo veladores. A Espadas le escuecen los temas políticos que tienen que ver con personas y asuntos turbios, con los enchufes, con el tráfico de influencias y con las colocaciones sospechosas. Aunque sean asuntos que pudieran beneficiar a sus intereses electorales, este socialista de la factoría de la Junta huye de meterse en esos charcos. Se siente incómodo en ciertos fangos. Por eso hay quien lo ve como un líder de la oposición tan elegante como pusilánime, tan incisivo en lo técnico como light en otros órdenes. Pero es fiel a su estilo. Y su estilo tiende a ser entre clásico y plano. Si fuera torero, jamás le veríamos dar el salto de la rana, ni mucho menos coger las banderillas.
Es un sevillano convencional que disfruta de las fiestas mayores, pero sin alardes. Poca gente sabe que es del Real Betis, tal vez porque no es un hombre dado a exhibir sus pasiones. No es el compañero ideal para echar una tarde de rebujito entre lonas, pero tal vez sí para presenciar una cofradía de ruan de la cruz al palio mientras no le saquen temas de conversación sobre planes sectoriales de urbanismo o de contabilidad de las empresas municipales.
Es difícil que se lo encuentren con una cerveza en la bulla de la Plaza del Salvador, o haciendo una ruta relajada de bares tras un insufrible Pleno en el Salón Colón. A Juan Espadas le gusta su casa tanto como le incomoda que lo fuercen a acudir a un almuerzo. Su regla es que toda cita de mediodía debe ser reconvertida en café.
Es creyente, nunca lo ha ocultado. Un creyente abierto a los cambios de la sociedad y que siente curiosidad por conocer el pensamiento de quienes no comparten su fe. Se fija mucho en cómo visten los demás. De Zoido siempre valora lo bien que le quedan los trajes. Yo creo que está deseando saber el sastre del actual alcalde. Espadas a veces viste de tal forma que puede pasar por un militante del PP de Zaragoza, pero en otras ocasiones apuesta por combinaciones raras como los pantalones de pitillo con zapatos grandes, y se deja las mangas de la americana un puntito largas.
Fue senador con idas y venidas de Madrid que le reportaron un buen sueldo y la oportunidad de hacer contactos en la capital de España, pero que provocaron una sensación de orfandad en el Grupo Socialista. Tuvo que dejarle el escaño a Griñán por imperativos de La Que Manda en el PSOE. Y esa misma le dijo hace más de un año que se preparara para ser otra vez el candidato a la Alcaldía. Ahí se puso las pilas tras un largo período apático. Y ahora ha cogido impulso gracias a las encuestas que coinciden en que el PP no revalidará la mayoría absoluta y, sobre todo, después de los resultados obtenidos por el PSOE en las europeas y en las autonómicas. A Espadas lo llama ahora para tomar café gente que antes no pasaba de saludarle con cierto desdén. Los veinte concejales de Zoido le han pesado como una losa durante mucho tiempo. No es fácil digerir el peor resultado del PSOE en unas municipales de la capital. Aunque más que Espadas, quien perdió fue un Monteseirín desgastado por doce años de gobierno.
Espadas no es de mandar mucho, ni de pegar puñetazos en la mesa, ni de dar imprevisibles golpes de timón. Es muy celoso de su yo. Muchas veces da rienda suelta al yoísmo como político con el ego disparado. Yo hice esta ley, yo impulsé esa promoción de viviendas, yo redacté el manual del concejal de medio ambiente... Y ese yoísmo le da cierto barniz de inseguridad del que sus colaboradores son conscientes, como lo son de que tal vez debería dejarse ver más por la calle, sobre todo si tiene enfrente a un verdadero experto en los baños de masas como Zoido en una ciudad que se pirra por tener tan cerca a su alcalde como a su arzobispo.
Espadas tiene el encanto de los tipos normales que un día son presidentes de la comunidad de vecinos o del club social, esos tipos que siempre hacen falta en una colectividad. Esos hombres de la casa tan necesarios en las entidades cuando faltan los grandes liderazgos. Tiene una guardia pretoriana en la que Antonio Muñoz, actual portavoz adjunto del grupo político, ocupa una localidad VIP.
El vecino amable del tercero quiere ser alcalde. En su contra juega que le ha tocado vivir una coyuntura marcada tanto por la crispación política, con los grandes partidos más cuestionados que nunca, como por los imperativos de un marketing electoral que exige que el político sea una marca antes que un tipo normal.
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