EN LA CASA DE LOS PINELO | HASTA EL 31 DE ENERO

Manuel Salinas, un neoyorquino en Sevilla

  • Santa Isabel de Hungría homenajea al académico y maestro de la abstracción con una exposición de obras prácticamente inéditas que acercan su mundo más íntimo

Las dos hijas del pintor y depositarias de su legado, inaugurando la muestra.

Las dos hijas del pintor y depositarias de su legado, inaugurando la muestra. / Antonio Pizarro

Manuel Salinas (1940-2021) ingresó en 2016 en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría con un discurso titulado El arte por el arte en el que glosó su personal manera de afrontar la pintura y la vida, que para él eran indisociables. La institución ubicada en la Casa de los Pinelo rinde ahora tributo a este maestro del color y el gesto pictórico, fallecido en enero, con una exposición exquisita de diez obras prácticamente inéditas que ha comisariado el pintor y académico Juan Fernández Lacomba, y con un elegante catálogo en el que firman dos de los mayores especialistas en su obra, el escritor Diego Carrasco y el crítico de arte Pepe Yñiguez.

La libertad individual, según escribe Diego Carrasco, fue el lema que guió una trayectoria "de independencia creadora, sin convenciones, ataduras o servidumbres" que Manuel Salinas volcó en los últimos años en su estudio de la calle Jesús del Gran Poder, cuyo ambiente íntimo recrea Lacomba en esta muestra, para la que ha contado "con todo tipo de facilidades de su familia y, especialmente, de sus dos hijas, depositarias de su legado". "Hemos accedido a su reserva de obras, a aquellos cuadros de los que nunca quiso desprenderse", añade el comisario.

La madre e hijas de Manuel Salinas con el comisario de la muestra y el presidente de Santa Isabel de Hungría. La madre e hijas de Manuel Salinas con el comisario de la muestra y el presidente de Santa Isabel de Hungría.

La madre e hijas de Manuel Salinas con el comisario de la muestra y el presidente de Santa Isabel de Hungría. / Antonio Pizarro

Lacomba admiraba la personalidad independiente, "mezcla de bohemia y alta burguesía", de Manuel Salinas, y su gran variedad de intereses. "Fue pintor, promotor cultural, diseñador, interiorista y, siempre, un hombre cordial sin interés pecuniario que, mientras buscaba un camino propio dentro de la abstracción, llegó a diseñar muebles siguiendo el ejemplo de su tío Miguel Milá, el célebre creador de la lámpara TMC". Su madre, María Asunción Milá, catalana de 102 años y una reconocida defensora de los derechos humanos -alma de Amnistía Internacional y tía de los periodistas Lorenzo y Mercedes Milá-, acudió al homenaje el jueves junto al presidente de la Academia, Juan Miguel Gómez Gómez.

Manuel Salinas en 2016 en su ingreso en la Real Academia de Santa Isabel de Hungría. Manuel Salinas en 2016 en su ingreso en la Real Academia de Santa Isabel de Hungría.

Manuel Salinas en 2016 en su ingreso en la Real Academia de Santa Isabel de Hungría. / Juan Carlos Muñoz

Manuel Salinas, hijo también de Manuel Salinas Benjumea, fue un artista autodidacta y compañero de generación de los abstractos sevillanos Gerardo Delgado, José Ramón Sierra, Juan Suárez y el recordado Pepe Soto, en cuyos años de formación resultaron esenciales la galería La Pasarela, donde expuso individualmente por primera vez en 1965, su trabajo con Juana de Aizpuru -que otorgaba la beca José Guerrero, otro artista decisivo para él- y, sobre todo, su participación en el espacio M11, del que fue miembro fundador y que le permitió exponer en la llamada casa natal de Velázquez obras de Luis Gordillo, Manuel Quejido o Alberto Sánchez, e intimar con Diego Carrasco, Quico Rivas y el crítico Juan Manuel Bonet, otro de los mejores estudiosos de su propuesta pictórica, a cuya tertulia solía acudir.

Antonio Muñoz, delegado de Cultura, y el presidente de la Real Academia en la inauguración. Antonio Muñoz, delegado de Cultura, y el presidente de la Real Academia en la inauguración.

Antonio Muñoz, delegado de Cultura, y el presidente de la Real Academia en la inauguración. / Antonio Pizarro

En la exposición de la sala Villegas, hasta el 31 de enero, Lacomba pone el foco en ese mundo propio de Salinas "en el que se conectaban la galería madrileña Buades, en la que también militó, con Fernando Zóbel, las becas de la Juan March y especialmente el lenguaje del expresionismo abstracto estadounidense" que, desde finales de los años 70, acabó marcándolo para siempre, como evidenció en sus dibujos para la revista Separata que dirigió Jacobo Cortines. "Salinas era como un neoyorquino viviendo en Sevilla, hacía una pintura abstracta en la que, como explica Pepe Yñiguez, hay incluso en los cuadros más gestuales una especie de nostalgia de la geometría", prosigue el comisario. Influido por la obra de Joan Mitchell, Cy Twombly y Robert Motherwell, "cuyo hispanismo admiraba", perseguía como Ad Reinhardt una pintura "pura, abstracta y atemporal", que el visitante encontrará aquí en sus obras de los años 70 y 90 pero también en piezas de las dos últimas décadas. "Era de esos pintores que sólo pintan el mismo cuadro una y otra vez, siempre igual y siempre distinto, en absoluto monótono porque cada cuadro encierra un cúmulo importante de emociones sinceras", explica en el catálogo Pepe Yñiguez.

En su reconstrucción de "un ámbito Salinas" en Santa Isabel de Hungría, Lacomba fija un retrato de su proceso pictórico, en el que el color es esencial: un color "que embriaga, seduce e imanta", como ocurre con esos rojos, negros y grises aplicados a geometrías de bordes indefinidos en las que nunca falla el ritmo interior que las hace únicas.  

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