Guadiana y Juanfra Carrasco en la Bienal: El cante errante

VENGO DE MI EXTREMADURA | CRÍTICA

Guadiana al cante y Miguel Vargas a la guitarra con la Torre del Oro al fondo
Guadiana al cante y Miguel Vargas a la guitarra con la Torre del Oro al fondo / La Bienal de Flamenco / ©Laura León

La Ficha

** 'Vengo de mi Extremadura' Cante: Guadiana, Juanfra Carrasco, Tío Alejandro Vega Guitarra: Miguel Vargas, Juan Vargas Percusión: Daniel Suárez Bajo: José Jiménez Artistas invitados: La Kaíta, Rubio de Pruna, Antonio El Marsellés Producción: Sergio García.

Lugar: Muelle Camaronero. Fecha: Jueves, 19 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

En Madrid, en Barcelona, por supuesto en Sevilla, allá donde llegaron los gitanos extremeños en el último cuarto del siglo XX iban a cambiarle para siempre la estética al flamenco. Armados de un sentido muy peculiar del compás, artífices de un tipo de juerga en la que se corean estribillos contagiosos, y valedores de, al menos, dos cantes autóctonos -los tangos y los jaleos- supieron mezclarse con la tradición existente en otros lugares para hacer fermentar algo nuevo. Sin ir más lejos, en nuestro Polígono Sur, el cante de Extremadura es el más vivo, el que está en la base de la rumba que anima bodas y pedimientos, que en su alma mestiza se abre incluso a los influjos de la salsa y hasta el reggaetón.

Con enorme intuición, allá por los años 70, unos jóvenes Camarón y Paco de Lucía abrazaron esa manera de exponer el cante, más alargado, riesgoso, visceral, que a veces se identifica con lo canastero, es decir lo errante, lo salvaje. En esa línea destacan Flora Saavedra, Ramón el Portugués, o Juan Cantero. También el de una mujer quizás no suficientemente reconocida como precursora del cante moderno: La Marelu. Anoche, en el estreno del Muelle Camaronero como espacio Bienal se escuchó la voz de dos ejemplos de ese éxodo extremeño: Guadiana, un cantaor veterano hecho en Madrid, y Juanfra Carrasco, un cantor joven afincado en Triana.

Lo cierto es que, a pesar de la estampa de postal que ofrece el encalve -con el agua del río golpeando el lateral del escenario, la luna llena iluminando la Torre del Oro- y una entrañable atmósfera de velá, fue un estreno descafeninado. El público se demoró, quizás indeciso por las lluvias de la tarde, y Miguel Vargas abrió la actuación con un toque solista cuando muchos buscaban aún su asiento. Guadiana estuvo muy por debajo de lo que puede ofrecer. Comenzó con enormes problemas para fijar la afinación, con tramos de la taranta en los que se apartaba del micro para acometer ciertos giros del cante. Se centró un poco más en la seguiriya, donde no obstante también lo sentimos resbalar en los tonos. Los tangos supusieron un lugar seguro en ese sentido, pero para entonces el ambiente era gélido. Justo lo contrario de lo que se espera de un cantaor con esa capacidad de emocionar, esa manera única de rizar los tonos del cante, dejarlos en suspenso con su voz rota para hacerlos aterrizar como por arte de magia. Sí sucedió así en la tanda final por fandangos. Ahí le reconocimos.

Juanfra Carrasco canta con todo el cuerpo. Se nota que es un líder de la juerga, acostumbrado a impactar, gesticular, a hacer uso de la teatralidad si es necesario. Si su origen es extremeño, su inclinación es caracolera. Así lo sentimos en la malagueña y los fandangos, obviamente. La bulería por soleá ejemplificó que, si bien ya posee una personalidad reconocible -fresca, jovial-, ésta incluye cierta dispersión: un cante que va en demasiadas direcciones, y que puede resultar deslavazado, ajeno al estilo que se interpreta.

El Tío Alejandro Vega se le sumó en los jaleos y cosechó el primer ole de la noche. El cantaor pacense merecería haber visto su nombre junto al de sus compañeros la cabeza del cartel, pues cantó casi tanto como ellos y aportó más sabor, tal y como hizo La Kaíta en el fin de fiesta por bulerías. En esa diáspora extremeña, ellos se quedaron, y se nota. En ese mismo sentido, cabe destacar la labor de acompañamiento de Miguel Vargas, dueño de un sonido redondo, limpio, añejo, y esas falsetas que son como susurros de "soníos negros" o valses rusos. El Peregrino no pudo bailar, al encontrarse indispuesto a sus 88 años.

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