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En cada lágrima

Todas las mañanas del mundo

  • Las calles más desamparadas vuelven a ser transitadas y abrigadas por las cofradías

CABEN en una semana, en esta Semana que hoy -en la luz del sol por dentro- inauguramos en cada casa, en cada familia. Abre la memoria surcos de comunión que reúnen todos los nombres que vuelven a visitarnos. En nuestras lágrimas. Las calles más desamparadas vuelven a ser transitadas y abrigadas por las cofradías. Los templos abiertos al encuentro.

En esta mañana de Ramos, acompañamos al Justo, que entra para sostener vidas, levantar al caído, sanar los corazones enfermos. Desde hoy, en su Entrada en Jerusalén, celebramos que el Dios de Jesucristo entra desde abajo y desde los últimos. Por ello, se hace fiesta en cada barrio, en todos y cada uno de los que quieran acercarse en hondura a la celebración de este misterio.

Cada casa es una nueva Betania, lugar para vivir en intimidad el encuentro del Nazareno con los suyos. Lugar para descansar peticiones, proyectos de vida, acción de gracias, ausencias que ahora no lo son. Las túnicas cuelgan esperando. Celebramos la entrada de la luz para todos. Incluso los espacios personales, desolados, lo son menos, abrigados por la mano que nos acompaña. Ciudad y memoria se funden en este hoy del Dios por la ciudad.

Caminaremos en estos días santos como náufragos de la Pascua, por el altozano de la vida. Entraremos en los sepulcros abiertos que son los templos vacíos. El sol sobre la piedra, la luz descendente sobre los retablos quietos en la hermosura antigua que muestran. Restos de la Pasión que nos conmoverá. De la Vida entregada. Todo consumado y todo vuelto a nacer. "Id a buscadlo a Galilea, allí lo veréis". Será quieto el pabilo del hachón que solo unos días antes crepitaba ante el temblor del Crucificado. Arriados los zancos; agotada la cera en la candelería que brilló por todos los que no están, las lágrimas de luz. Detenidas las bambalinas que hoy volverán a encontrarse con la luz de la tarde. Encallado en el recuerdo el grandioso barco del Desprecio, que hoy nos presenta al Cordero envuelto en mansedumbre en su Silencio. La tenue luz de la tarde de Pascua en San Lorenzo, que dará sentido a la herida del Señor de la ciudad. Oscurecido y profundamente luminoso en su ternura. Comprenderemos en ese momento lo cerca que estábamos de la ofrenda de la propia vida y lo lejanos de volver a esperarla. Lo cerca que estaban de nosotros los que no están. Y volvimos por el rumor lejano de un sonido, un color o un sabor, a seguirla esperando. Lo que más nos conmueve y lo que más nos destierra de la tierra prometida. Y volvíamos a sentir -en el sepulcro abierto del templo vacío- el sonido de la puerta del templo abriéndose y el murmullo de la plaza que esperaba a la cofradía. Que necesitaba que pasara el Amor de Dios por la ciudad. Las piedras serán huellas y los muros, tramos que la esperan. Las azoteas, las miradas que lo aguardarán cada día en tarde de penitencia y fiesta para el barrio. El sabor de la miel volvía a nuestro paladar seco, como en amanecer después de una Madrugada. Como la magdalena de Proust le trajo todo el tiempo perdido que buscaba. La capilla que te espera volverá a ser la lámpara encendida que custodia a la ciudad y a sus gentes. Todo se ha agotado para que todo tenga sentido. Sus heridas nos han curado. Y ha amanecido, en la Entrada del Justo -como sobre Zaqueo- sobre todos nosotros, sobre cada vida, su misericordia.

Vengo a anunciaros el gozo que construye la vida y la sostiene en su travesía de derrotas y esperanzas. Tantas veces en la experiencia de los momentos fundantes de la vida, las cosas importantes realmente comienzan antes de su inicio y están llamadas a agotarse antes de que finalicen. Ocurre así con nuestra Semana Santa. Nadie sabe el misterio de su comienzo, que no tiene por qué coincidir con la jornada jubilosa de Ramos. A la Semana Santa, le ocurre como decía Romero Murube de la Esperanza Macarena: "No llega, aparece". Y su final, tan personal, tampoco llega a cada persona con la mañana de Pascua de Resurrección. Tantas veces sentimos que se nos va, que se nos acaba, cuando nos quitamos el antifaz en el templo, agotada y finalizada la Estación.

Cuando se agote el arco de luz y de promesa que abre este día, en el Amor de Cristo contemplaremos el crucificado como el templo de donde brota la vida nueva. Y la vida de todos los que le seguimos son las puertas de este nuevo templo. Con las que podemos abrirlo y anunciar que "hemos conocido el amor". Entramos con el Justo. Él nos ha mirado y entra en cada casa.

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