La maleta del Bandido

La paella de Morante

El diestro Morante de la Puebla, en una imagen de archivo.

El diestro Morante de la Puebla, en una imagen de archivo. / EFE

Ahora que la vida nos va dejando prácticamente sin tradiciones, a uno le apetece la paella de los domingos. Esa que se prepara en muchas casas con la benemérita reunión familiar y en la que al arroz se le acompaña con esa herejía para los puristas que es la combinación del pollo, u otras piezas cárnicas o chacineras, junto a alguna peladilla marina. Se busca el sabor y el cariño de lo reconocible con un plato que nos calienta los fríos que deja siempre la niñez perdida.

Morante de la Puebla es un artista de mirada ingenua y permanentemente nostálgica. Todo lo que hace dentro y fuera de cualquier plaza de toros está bañado por la melancolía y la recuperación de las estampas añejas. Plantarse con una furgoneta a pegar carteles por Sevilla con un megáfono tiene ese sabor irrecuperable de una España sesentera que ya no resiste ni en Cuéntame. O esa genial invención de unas fiestas de rango mayor para el patrón de su pueblo natal, La Puebla de Río.

Realmente, la paella popular, que constituye uno de los ejes de esas fiestas de San Sebastián en la localidad sevillana, también forma parte de la misma nostalgia. Aunque hoy la vida nacional española parece más un gazpacho que cualquier otra receta. Por encima de todo, en el inventario de los platos que pudiéramos decir vertebradores de lo español, si no que les pregunten a los guiris, está la paella. Tengo mis dudas si acaso sigue siendo el plato de los domingos en todos los territorios en los que se va cuarteando el delirio que llaman plurinacional. La de La Puebla seguro que alegra a los niños de verdad y a los mayores de mentira.

Todas las fiestas no dejan de ser ejercicios de memoria, llámese histórica o la que uno se invente. Por eso, este bandido se va a quedar con las ganas de probar el arroz del cigarrero, porque debe acudir con el mismo ropaje de añoranza a celebrar el Santo militar romano, al que siempre se representa con las flechas que no causaron su muerte, en la ciudad que lleva su nombre y su estruendosa Tamborrada. De la paella a la kokotxa, o la angula para los afortunados, hay la misma línea de recuperación de la costumbre que nos junta, por encima de las adversidades de la suerte y de los parlantes de la política. La paella de Morante ya es un plato que se coloca en el almacén de la memoria. ¡Viva San Sebastián!

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