Pablo Messiez. Director y dramaturgo

"No me atrae la erudición en el teatro. Lo que me gusta es compartir preguntas"

  • El creador argentino afincado en España, uno de los nombres más destacados de la escena actual, presenta este fin de semana en el Central su nuevo espectáculo, 'Las canciones'

El director y dramaturgo Pablo Messiez.

El director y dramaturgo Pablo Messiez. / José Ángel García

A Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) le intrigaba la conexión emocional que vincula a mujeres y a hombres con la música, el modo en que un puñado de acordes aviva en los receptores la nostalgia o la tristeza, la alegría o la embriaguez. A partir de esta curiosidad, con la producción de El Pavón Teatro Kamikaze y la ayuda de un puñado de intérpretes, Messiez hila Las canciones, el espectáculo con el que regresa este viernes y este sábado (21:00, 20 euros) al Teatro Central, donde este director ya ha cautivado anteriormente al público con montajes como Todo el tiempo del mundo, La piedra oscura o He nacido para verte sonreír.

–En todo lo que se escribe de Las canciones se repite un concepto: el misterio que encarna la música. Explorar ese asunto ¿era su principal interés cuando concibió la obra?

–Siempre me pareció muy curioso lo que pasa cuando escuchas música, cómo ésta te puede transformar el ritmo cardíaco, las emociones; cómo acaba siendo una especie de refugio para todos, un lugar al que volvemos. Pascal Quignard, no recuerdo ya en qué libro, decía que ese enigma de la música estaba asociado a que el oído es el primero de los sentidos que entra en actividad; tenemos una relación con la escucha que está ahí incluso desde antes de que nazcamos. Cuando me tocó montar La verbena de la Paloma en el Teatro de la Zarzuela, dentro de un proyecto destinado a los jóvenes, me entrevisté con estudiantes y fue hermoso porque les pregunté por el amor, por los celos, por cuestiones que aparecen en aquella obra. Y también les interrogué por la música y me emocionó que ahí se soltaron, como si hablaran de un amigo.

–El espectáculo ha sido definido como "una hermosa defensa del acto de escuchar". ¿Comparte esa impresión?

–Eso ha calado, se menciona mucho en los artículos que han salido. Y me parece bien, pero yo no sólo defiendo la escucha, también que hablemos... No me interesa, como idea, que tengamos que callarnos. Un personaje, Olga, dice que en esta vida hay que saber si se nació para cantar o se nació para escuchar, y yo creo que nacimos para las dos cosas. Lo interesante sería encontrar el equilibrio. Es verdad que en estos tiempos de vértigos varios y de ruido, no está de más volver a entrenar la escucha.

"Me intriga cómo la música es para todos una especie de refugio, un lugar al que siempre estamos regresando"

–Aquí se inspira en Chéjov, un autor al que está especialmente vinculado.

–Vine a España por Tres hermanas [más concretamente por Un hombre que se ahoga, una versión que firmó Daniel Veronese de esa obra], pero ese texto es, además, uno de mis primeros recuerdos teatrales como espectador. Vi una adaptación que hizo Inda Ledesma, una gran actriz y directora argentina que ya no vive, y me impactó muchísimo. Yo tenía el propósito de montar Tres hermanas ahora, pero también quería hacer Las canciones. Esta última se impuso, pero conservé la estructura de la otra obra, lo que ocurre en este montaje es muy parecido. Hay una familia en la que ha muerto el padre, cuyos miembros están en un lugar en el que no quieren estar, y que reciben una visita de gente que conocía al progenitor y que les cambia un poco la vida. Cuando supe que no iba a montar Tres hermanas empecé a leer todo el teatro de Chéjov, como quien toma vitaminas, para estar cerca de ese mundo. Y comencé a tomar rasgos de sus personajes para construir esto. Hay cosas de Tres hermanas, de Ivánov, de La gaviota y de Tío Vania... Pero no es algo que puse para que la gente me descubra: no me interesa la erudición para mirar una función de teatro, creo que el vínculo con la escena tiene que ser de otro orden, porque no estamos dando clases, sino compartiendo una serie de preguntas.

"En estos tiempos de tanto vértigo y tanto ruido, es importante que volvamos a entrenar la escucha”

–En Las canciones que suenan conviven artistas tan diversos como Liza Minelli, Carmen Linares, Tom Waits o Jacques Brel. ¿Cómo conformaron usted y su elenco un repertorio tan ecléctico?

–Muy diverso, sí. Somo todos tantas cosas... Un personaje de la obra dice: Somos monstruos. Hermosos monstruos capaces de todo. Trabajamos mucho los actores y yo en los ensayos, les sugería canciones y también les pedía a ellos que me trajeran. La selección final, salvo un par de temas, proviene de mí, pero no es la banda sonora de mi vida. Faltan Mina, Björk, Mercedes Sosa... En un momento de los ensayos, la obra empezaba a pedir unas cosas y a descartar otras. Cada espectáculo te da la posibilidad de aprender algo nuevo. Repensando lo que pasó con el trabajo anterior, preguntándote cómo poder seguir definiendo lo que para ti es el teatro, como si cada producción fuera un manifiesto. Y en Las canciones me marqué no ser indulgente conmigo, ser muy riguroso, que no quedaran escenas simplemente porque son bonitas. A veces escribes un monólogo que te gusta mucho y no lo quitás, pero una obra es como un sistema que echa fuera un cuerpo que le es ajeno. Y eso pasó con las canciones que teníamos.

–A propósito de ese despojamiento, en alguna entrevista ha reconocido que últimamente busca que la palabra no se coma al resto de elementos.

–A veces veo producciones donde la palabra está siendo la reina de la escena y no entra del todo con el espacio, con el tiempo, con la música, con todos los lenguajes que son también teatro. Y me da un poco de pena. El fin es la precisión. ¿Qué hace falta para que esté, con lo mínimo, lo que quieres contar? A mí me gusta que la palabra tenga un peso, que sea poética, pero, como en todo, hay que encontrar un equilibrio. Es curioso, lo había olvidado, pero lo primero que escribí de Las canciones, un fragmento que suprimí, era la discusión de una pareja en la que ella le decía a él: Basta de cosas bellas, no embellezcas tus palabras. Esa fue la pretensión inicial: me resistía a disfrazar la palabra de belleza.

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