Síndrome 44

En los brazos de Morfeo

'Morfeo', de Jean-Bernard Restout

'Morfeo', de Jean-Bernard Restout

La expresión oral es la competencia comunicativa olvidada en los libros de texto y, por extensión, en cualquier propuesta de formación empresarial. Muchos profesores y jefes de personal piensan, con cierta ingenuidad lingüística, que esta destreza se aprende con el paso de los años sin más motor que la experiencia. Un error conceptual y estratégico que provoca una serie de trastornos expresivos en ciertos oradores, caracterizados por la falta de conexión con el auditorio y el aburrimiento general.

A veces, estos seres abandonan el inframundo por unos minutos y se sitúan frente a un grupo de sufridos espectadores. Como dignos seguidores de Morfeo, despliegan sus alas en forma de presentación de diapositivas en cascada, otean el horizonte para identificar a las víctimas de su exposición beatífica e inician la sesión hipnótica con un tono de voz aflautado. Sí, querido lector, ellos creen que la Fortuna ha llamado a las puertas de estos mortales, para que puedan abandonar las tinieblas de la ignorancia gracias a su excelsa sabiduría.

Los primeros segundos de la puesta en escena son fundamentales: los hijos de Morfeo toman aire (el pecho del cuervo de la fábula se hincha de gozo) y lanzan la frase inaugural del discurso. Aquí, debemos precisar que no siempre emplean la misma apertura, por lo que existen dos variantes en los descendientes del dios Hipnos: "Buenos días, querido público, hoy he venido a explicaros unos quince temas con sus decenas de epígrafes y subapartados molones. Reservaré los últimos treinta minutos para las conclusiones finales y el debate de las cuestiones que hayan suscitado interés". Ole. La otra variante discursiva comienza: "Buenos días, compañeras y compañeros, hoy me presento ante vosotras y vosotros para hablaros de un tema que todos conocemos (con tanta corrección olvida el desdoble superinclusivo de "todos"). Soy consciente de que sois unos profesionales contrastados, por lo que no pretendo enseñaros nada. Mi objetivo es generar un debate abierto para el intercambio de pareceres y puntos de vista particulares". Ole y ole.

Tanto monta, monta tanto, el público inicia un movimiento de acomodo en la dureza de sus asientos metálicos, con el único fin de hallar la postura corporal más apropiada para el viaje en brazos de Morfeo. Imagínese, docto lector. Deje de lado por un momento las inquietudes personales y abra de par en par las puertas del corazón. Todo el mundo tiene unos sentimientos y en un momento dado de la vida (aún la ciencia no ha hallado la causa) se ve obligado a escuchar durante dos o tres horas a un iluminado que va a torturar su mente con la disquisición pormenorizada de centenares de datos e ideas copiadas de algún manual de bajo coste; o bien, la otra modalidad en la que ese mismo iluminado cambia la chaqueta de erudito bíblico por una más juvenil y cercana para reconocer sin rubor que los números de su cuenta bancaria aumentarán solo por el hecho de repetir una serie de obviedades muy obvias en una especie de palestra filosófica.

¿Se puede superar?

El director general de la Organización Mundial de la Salud ha declarado que el síndrome de Morfeo pasa de ser una epidemia a una pandemia expresiva. Las razones esgrimidas tras la reunión extraordinaria con las delegaciones internacionales han sido las siguientes:

  1. Los primeros bostezos en el auditorio son provocados por un orador que se ha preparado mal su intervención. Una presentación debe durar en torno a treinta minutos (cuarenta como máximo). Si un supuesto profesional de la palabra necesita dos o tres horas para transmitir tres ideas es obvio que el trabajo previo ha sido deficiente, muy deficiente o escandalosamente deficiente.
  2. El público se rinde a los placeres de Morfeo, porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo (la expresión "la sensación" es un eufemismo: está tirando el tiempo). Por este motivo, aprovecha esta sesión obligatoria para echar una cabezadita y relajar los músculos. El exceso o ausencia de información es letal en cualquier presentación oral. En ocasiones, la causa de la somnolencia generalizada es la ausencia total de cualquier atisbo de contenido novedoso o de aplicación real al ámbito profesional.
  3. La práctica habitual de proyectar decenas de diapositivas, y leer con una voz monocorde cada una de las indicaciones que cualquier espectador es capaz de interpretar sin la necesidad del ponente, ataca directamente el sistema nervioso del receptor y lo sume en un estado de trance. A primera vista, el oyente proyecta una imagen de atención, pero sus sentidos están suspendidos y sus funciones cognitivas en estado vegetativo.

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