Clásicos olvidados del siglo XX (IV)

Un 'western' argelino

  • ¿Por qué una persona elige no ser libre? Albert Camus se hizo esta delicada pregunta en 'El huésped' (1957), un relato inolvidable que, como toda su obra, tiene una honda dimensión moral

Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960).

Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960). / D. S.

Un frío día de octubre, un maestro observa desde la escuela la lenta llegada de un hombre a caballo y de otro hombre a pie, en un lugar árido y montañoso cubierto por la nieve. Aunque al principio no sepamos quiénes son, esa brutal diferencia jerárquica entre el hombre a caballo y el hombre a pie nos indica que estamos en un lugar donde las diferencias sociales son muy acusadas, tanto que nos hacen pensar en una época remota, casi medieval.

Y de pronto el lector se pregunta: ¿dónde estamos? ¿Qué lugar es ése? Camus no lo dice en ningún momento, pero por los datos que vamos descubriendo –los topónimos árabes–, podemos deducir que estamos en un lugar remoto de la Argelia colonial, en la que viven un millón de franceses (pied-noirs) con todos los derechos civiles, y 8 millones de musulmanes sin apenas derechos, los “indígenas”. ¿Y en qué época, en qué momento se sitúa esa llegada a una escuela de un hombre a caballo y de otro hombre a pie? Por algunos indicios, podemos fechar la acción con toda exactitud en octubre de 1954, justo cuando han empezado las primeras acciones armadas del FLN (la guerrilla independentista argelina) que desembocarán en una larga y sangrienta guerra colonial entre las tropas francesas y los insurgentes argelinos.

Como toda la obra de Camus, El huésped tiene una honda dimensión moral, pero el relato es tan auténtico y está tan bien narrado que evita toda clase de maniqueísmos y moralejas. Daru, el maestro, se enfrenta a una disyuntiva: ¿a quién debe hacer caso, al hombre que va a caballo o al hombre que va a pie? Balducci, el hombre a caballo, es un corso que desempeña el cargo de gendarme en aquella región olvidada. El hombre que va a pie es un árabe desconocido -en el relato, muy significativamente, no tiene nombre- que lleva las manos atadas con una soga porque ha cometido un asesinato. El hombre a caballo representa la autoridad y el poder de los franceses que viven en Argelia. En cambio, el árabe que va a pie es el colonizado, el oprimido, el pobre nativo que carece por completo de derechos.

¿Y Daru? ¿Qué representa Daru, el tercer vértice del triángulo formado por el gendarme a caballo y el árabe atado con una soga? Ante todo, el personaje de Daru simboliza la inextinguible admiración que siempre sintió Camus por los profesores de las escuelas para niños pobres. Pero hay algo más: Daru no es un colono francés que ha emigrado a Argelia en busca de una vida mejor, como el gendarme Balducci. No, él ha nacido allí, en aquella región hostil devastada por la sequía y el clima inhumano. Él no es un extraño, sino un autóctono. Y además, Daru ha elegido vivir en aquella escuela porque se ha empeñado en que los niños argelinos de aquella región puedan aspirar algún día a vivir una vida mejor.

Portada de una edición de 'El exilio y el reino'. Portada de una edición de 'El exilio y el reino'.

Portada de una edición de 'El exilio y el reino'. / D. S.

En todo relato debe haber un conflicto. Pues bien, Balducci le cuenta a Daru que el árabe ha matado a su primo en una pelea ocasionada por una deuda. Como la región está revuelta y hay indicios de una insurrección, él no puede hacerse cargo del árabe. Daru, como maestro, es un representante de la autoridad civil y debe trasladar al árabe hacia el puesto de policía más cercano, que está a 20 kilómetros, en Tinguit. Es una orden a la que Daru no puede negarse.

¿Qué va a hacer Daru? Aquí tenemos el dilema. Daru se toma su tiempo y delibera consigo mismo. Y al final, Daru decide llevar al árabe hasta las cercanías de Tinguit, donde está la comisaría, pero no entrega al árabe, sino que le da dinero y lo deja libre frente a un cruce de caminos. Para Daru, lo fundamental es que el árabe ejerza su libertad y elija él mismo lo que quiere hacer. "En Tinguit está la administración y la policía. Te esperan", le dice al árabe mientras le señala un camino. Luego le señala el otro camino, el que lleva al desierto, y le dice: "Los nómadas te acogerán y te darán cobijo, según su ley". Pero el árabe mira a Daru sin comprender. El pánico asoma a su rostro. Le pide a Daru que le diga lo que tiene que hacer, pero Daru se niega a darle órdenes. Ya sabemos que Daru quiere que sea el árabe quien elija, pero el árabe no sabe o no puede elegir (al fin y al cabo, nunca en su vida ha tenido la autonomía moral suficiente para tomar una decisión libre). Antes de que el árabe tome su decisión, Daru se vuelve por donde había venido, de vuelta a la escuela. El árabe, solo, no sabe qué hacer. "En Tinguit te esperan", le ha dicho Daru. De todas las frases que le ha dicho Daru, ésta es la única que funciona como una orden. "En Tinguit te esperan". Y esa es la orden que el árabe obedece. Así que toma el camino que lleva a la gendarmería (y probablemente a la guillotina) en vez de tomar el camino que hubiera podido llevarlo a la libertad.

Este final no resulta fácil de entender y resulta inexplicable para muchos lectores. ¿Por qué demonios no elige el árabe la libertad? ¿Por qué se entrega? La respuesta nos parece muy sencilla a nosotros, los occidentales, pero no lo es en absoluto para una persona que ha vivido toda su vida como un animal privado de derechos. El árabe carece de autonomía moral. Si Daru le hubiera ordenado huir, el árabe habría huido. Pero obligado a elegir, el árabe sólo sabe seguir –por una especie de atavismo animal– lo que interpreta como una orden que le ha dado Daru. Su mente no da para más.

Dos horas más tarde, cuando Daru regresa a su escuela, descubre una inscripción en la pizarra, entre los ríos de Francia: "HAS ENTREGADO A NUESTRO HERMANO. LO PAGARÁS". Es evidente que los guerrilleros argelinos le han estado espiando y que ahora querrán vengarse. Pero Daru ha hecho su elección moral dejando que el árabe haga su propia elección moral. Y ahora, al final, está solo. Más solo que nunca. Más solo de lo que nunca ha estado durante los diez años que lleva viviendo entre aquellas montañas donde sólo hay piedras y miseria y silencio.

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