Betis - athletic · la crónica

El Betis pierde el alma (1-3)

  • Nueva derrota en casa, sin oposición ni orgullo de un grupo falto de entidad entregado a un Athletic rápido e intenso. Mel hizo al descanso el cambio que debió hacer de salida para frenar el esperpento.

Ni como chiste malo vale. Peor que el chaparrón. Indigno, aberrante, nauseabundo por momento. Y lo peor. Sin alma. Sin nada. En pelota picada. Eso no es el Betis, al menos no es el Betis que debería ser. Cada semana es peor que la anterior y desde la pizarra huele a muerto. Un horror. Lo único bueno es que peor no se puede jugar y hay suficientes equipos con cara de candidatos al abismo como para gestionar este espanto con cabeza.

Fue pitar el árbitro el comienzo y quedar en evidencia que el dibujo planteado no iba. Era imposible, además, porque en el fútbol actual hace falta alguien que haga la raya y en el once de la noche de brujas de Heliópolis no lo había. Podría serlo, o lo ha sido alguna vez, Ndiaye, pero si no se le encomienda esa misión y no hay nadie más, la línea de medios del Athletic se iba a pasear. Se intuía. Se vio venir.

Resulta absurdo cargar contra jugadores de forma individual, por mucho que algunos no estén ni para peinarse. Mel apostó por centrar a Rubén Castro y abrir a Portillo, pero ninguno de los dos ayudaba a Molinero atrás y Williams, Valverde y hasta un ciego habría visto la autopista que el Betis ofrecía por ese lado. Porque ni para ordenar a Molinero que guardara la posición hubo un bocinazo. Si la culpa no es suya...

Tampoco de Ceballos, condenado tan lejos del peligro. Muchos metros por delante y demasiadas rayas rojas. Joaquín decidió que si no lo hacía él no lo haría nadie (desbordar, se entiende) y además de tener razón era un error por definición empeñarse en hacerlo todo.

Sin presencia arriba, resulta que tampoco la había atrás. Digard podrá gustar más o menos pero es el que mejor puede liberar al resto. Faltar al jugador no es quitar a uno a los veinte minutos si es necesario. Si no se hace siendo tan evidente...

Williams tardó apenas ocho minutos en marcar. Pero el Betis, que recibió un segundo castigo del exótico punta vasco al filo del descanso como pudo recibir tres o cuatro más, ni siquiera compareció. Sus llegadas no existían y su defensa, con medio equipo volcado no se sabe dónde, no daba abasto.

La presión adelantada del Athletic y las miserias del Betis dibujaban una noche con peor pinta aún que los rayos de los momentos previos. Una ocasión tras otra, el Betis era incapaz de rehacerse, de levantarse, de rebelarse... ¿Y Mel?

Mel decidió esperar al descanso para meter a Digard, aunque el partido lo pedía a rayos y truenos. Entonces la cosa estaba horrible y al menos el Betis cortó en parte la hemorragia y ganó presencia, liberó a Ndiaye y a Ceballos y permitió que Rubén Castro volviera al lugar que le gusta. El francés debe tener algo de mando en un equipo tan escaso, igual que Van Wolfswinkel demostró ser el delantero más completo de la plantilla. El más goleador no lo se sabe, pero el más completo se ve.

Con el Athletic dilapidando ocasiones para abochornar al más paciente de los béticos, al menos el árbitro pitó la segunda de las dos manos que se vieron en área visitante en apenas un minuto. La de Laporte se fue al limbo pero no la de Williams. Que le perdonasen la segunda amarilla habrá que preguntárselo al colegiado, porque se entendió tan poco como el planteamiento del Betis, como las grafías en la camiseta del nuevo patrocinador.

Rubén Castro acortó y hasta pareció que el Betis haría sufrir a un rival infinitamente superior. Al punto, Van Wolfswinkel remató cruzado en un movimiento de punta nato y Rubén Castro no llegó a empujarla al segundo palo. Habría sido tan injusto como celebrado, porque haber empatado semejante espanto habría sido de notable mérito. Raúl García despejó las dudas con un papirotazo lejano que devolvió a la realidad a este pobre Betis sin poder tapar las vergüenzas de un partido absolutamente indecente.

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