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Rubén y Adán valen oro (0-1)

  • El Betis realiza un ejercicio pragmático para llevarse los tres puntos de La Rosaleda y espantar los fantasmas El canario anota un gol de su manual y el meta fortifica su portería

No acaba de encontrar Pepe Mel las mejores soluciones para que el Betis encuentre ese equilibrio necesario para dominar los encuentros desde la posesión del balón, pero, mientras tanto, ya suma 15 puntos en su casillero, navega por la mitad de la tabla y ayer dejó herido a un rival de los que se denominan directos. Y es que el Betis realizó un ejercicio de pragmatismo en La Rosaleda, donde a pesar de exhibir algunas de sus carencias, supo llevar el duelo al terreno donde se siente más cómodo y desde la solvencia defensiva -el portero también es un elemento más de la misma- construir una victoria que espanta los fantasmas que ya hubieran aparecido en caso de derrota.

Dentro de un equipo con demasiadas limitaciones, también en el apartado físico, Mel cuenta con un delantero que parece haberse tomado el elixir de la juventud desde su llegada a Heliópolis. No acertó a la primera, en una posición complicada; tampoco a la segunda, cuando envió por encima del larguero un extraordinario centro de Joaquín; pero sí fue definitivo a la tercera, cuando un balón rebotado en Varela tras una buena presión de éste sobre Rosales lo dejó ante Kameni. No dudó el canario, que como magnífico estratega sabía perfectamente que en esa pelota se encontraban los tres puntos y superó al meta camerunés con un golpeo cruzado.

Aseguran los hombres de fútbol que los equipos se definen por su poderío en las áreas. Y si el Betis tiene a Rubén como el incordio perfecto para la contraria, en la suya cuenta con Adán, otro que cada jornada se entretiene en desmontar cada acometida rival. El meta sostuvo a los verdiblancos en el primer tiempo, con varias intervenciones de mérito ante Juan Carlos, y luego acabó agrandando su figura para ponerse a la altura de Rubén como responsable del triunfo. Su parada a un remate de Charles vale tanto como la perfecta definición del canario.

La puesta en escena bética pretendió alcanzar cierta dosis de sobriedad, con la presencia de Petros y Digard en el doble pivote, pero el Málaga sí encontró vías de penetración. Sólo la presencia de Adán desmontó el peligro generado por Juan Carlos, que superó una y otra vez a Piccini, pero que se estrelló ante el muro fortificado por el meta bético.

La presencia de Van der Vaart tampoco garantizó un mayor control del juego. El holandés, ubicado de inicio justo por detrás de Rubén Castro, fue perdiendo metros para entrar en contacto con el balón e intentar darle algo de sentido a las acciones ofensivas béticas. La actividad de Petros apareció de nuevo insignificante cuando de mandar se trataba y los verdiblancos sólo generaron peligro al contragolpe.

Si el duelo comenzó con pierna dura por parte de ambos equipos, los espacios fueron apareciendo con el desgaste que comenzó a generar ese fútbol físico. Con más llegadas al área del equipo malaguista, pero también con presencia bética en las inmediaciones de Kameni. Pareció que los equipos se dieron una tregua tras el descanso, con un Betis que encontró en Xavi Torres, que entró por la lesión de Digard, al ayudante ideal para la zaga. Ya fuera posicionado por delante de los centrales o incluso metido entre ellos si era necesario, con el alicantino el Betis elevó sus prestaciones defensivas.

Perdió aceleración el duelo en ambos bandos. Van der Vaart y Joaquín comenzaron a ofrecer síntomas de que el encuentro se les hacía demasiado largo, mientras en el Málaga tampoco aparecía ese necesario revulsivo que metiera en problemas a los verdiblancos. Con ese insulso toma y daca fueron pasando los minutos hasta que el balón cayó en los pies de Rubén Castro, que colocó el 0-1 con la templanza de los grandes delanteros.

Mel dio entrada a Dani Ceballos por un fatigado Van der Vaart, pero con el utrerano el Betis tampoco encontró mayor control del juego. Gracia quemaba sus naves con Cop, Horta y Mastour, pero sin la intensidad inicial los blanquiazules se convierten en un equipo vulgar. El desequilibrio en el partido se había generado en verdiblanco. Primero con Rubén Castro, un artillero de otro nivel; después con Adán, un portero de altura. Las dos figuras de un triunfo que vale su peso en oro.

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