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La avaricia rompió su saco

  • Luis Fabiano recibió pitos de réplica a sus pataletas el mismo día que Güiza lo adelantó por el Pichichi · El bigoleador Renato y Kanoute sí ejercieron de ídolos

Cuando Güiza marcó el segundo gol al Athletic y se colocó como máximo goleador de la Liga, Luis Fabiano llevaba diez minutos deambulando por el calentito césped del Ramón Sánchez-Pizjuán. El delantero sevillista fue sacrificado por Manolo Jiménez, después de mucho tiempo, para seguir siendo leal al sistema de 4-2-3-1 (con un medio de ancla ante la defensa), un 4-4-2 falso en el que Renato ayuda mucho más a la medular. Anteriormente, el sacrificado había sido Kanoute. Ante el Villarreal, ante el Murcia, ante el Mallorca... El francés, a diferencia del goleador paulista, no dijo ni mu. Éste, en cambio, provocó un terremoto con su pataleta, aumentada de forma estentórea por su representante, tras ser cambiado en Mallorca. El equipo ganó 2-3 tras su cambio y Luis Fabiano no ha vuelto a marcar un gol desde su rajada. Su egoísmo, que Jiménez volvió a negar ayer, rompió su propio saco.

El día del Villarreal, el día en el que Jiménez cambió de sistema, el futbolista nacido en Campinas marcó su gol vigesimotercero en la Liga. Ahora, un zagalón jerezano de procedencia humilde, en lo familiar y en lo futbolístico, ya lleva 24. Ayer, algunos sevillistas incluso se alegraron.

Luis Fabiano parece haber recibido un castigo de los hados debido a sus continuos flirteos con los micrófonos. Ahora digo que me voy, ahora digo que me quedo, mientras José Fuentes marea la perdiz del GSI (Global Soccer Investment), la propietaria del 75 por ciento de sus derechos. Y la grada, juez último en las cosas del fútbol, está a punto de dictar sentencia. Ayer le abrió una primera instrucción con una sonora pitada a Luis Fabiano. Maresca, cuya salida del campo coincidió con el cortocircuito en la medular, recibía aplausos y vítores al mismo tiempo que el otrora ídolo escuchaba pitos si no unánimes, sí generalizados.

El Trofeo Pichichi ha nublado a Luis Fabiano. Cuando llegó para su resurrección europea y estaba defenestrado por muchos, el Sevilla lo acogió con mimo, con calor -no el de ayer, que sólo agrada a las moscas-, con comprensión. No veía puerta con continuidad, pero su calidad, sus controles orientados, su juego de espaldas, sus goles en partidos clave..., todo ello le fue granjeando una simpatía que él resumía con una autodenominación: "Soy un iluminado". Esta temporada ha sido la de su explosión goleadora, pero también la del desencuentro con gran parte de esa afición que lo defendió cuando necesitaba más hospitalidad.

Los goles han cegado al Iluminado. Ayer, por ejemplo, desde que salió, se incrustó demasiado en el área, como si la portería tuviese un imán. Prácticamente las tres primeras pelotas que tocó fueron baldías; en una, Kanoute estaba en fuera de juego y en las otras dos fue él quien se anuló a sí mismo al partir de posición ilegal. Le faltó ofrecerse más, ser más una referencia para el colectivo que un islote aislado en busca de seguir llenando su saco. Hasta los postes, el de Murcia y el de ayer tras el jugadón de Navas, se han aliado contra él.

El contraste de su salida al campo, entre pitos, con la de Kanoute, vitoreado, fue buena prueba de que la grada sí está pendiente de lo que dice cada uno. Maresca ha reiterado esta semana en su país que quiere quedarse en el Sevilla, pese al interés del Nápoles. Él es fiel a la Salernitana, que acaba de subir a la Serie B, y al Sevilla, según su discurso. Kanoute también sabe terciar ante los micrófonos. Y Renato. Los tres fueron los más aplaudidos en el día de ayer, ante la ofuscación de O Fabuloso, quien, otra vez, recibió los mimos de Jiménez. Todos saben que aún es necesario, pero si deja de pensar en su propio saco.

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