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Una docena de ascensos

  • El Betis de Mel, Rubén Castro y Jorge Molina culmina por segunda vez la agridulce tarea del retorno a la categoría reina. A muchos regresos sucedieron grandes gestas verdiblancas.

Cada vez que asciende el Real Betis Balompié y, una vez finalizado el ínterin de euforia que invade al aficionado, éste parece conjurarse para que ésta sea la última vez. Así viene ocurriendo casi desde la primera vez, cuando besó la Primera División en 1932 con un catalán, Emili Sampere, a los mandos del equipo. Sin embargo, desde entonces han sido hasta once veces más las que los verdiblancos se han visto obligados a este agridulce trance fruto, sobre todo en las últimas décadas, de los desmanes de su clase dirigente, que lo llevó anteriormente a Segunda. 

Paradójicamente, también se ha dado con cierta frecuencia que en los años inmediatos o próximos a los ascensos, el equipo verdiblanco ha cuajado grandes temporadas en la categoría de oro. Ocurrió cuando ganó la Liga en 1935 con el germen de aquel equipo del primer ascenso -peral, Aranda, Timimi...-, posteriormente con el Betis de Ferenc Szusza que subió en 1974 y alzó la Copa del Rey sólo tres años después o, más recientemente, con los equipos de Lorenzo Serra, quien paseó al Betis por Europa tras ser tercero en la campaña 94-95 y siguiente y haber ascendido sólo un año antes. Del mismo modo que lo hizo campeón de Copa en 2005 tras haber ascendido en 2001 de la mano de Luis del Sol. Incluso, aunque en menor medida por las posibilidades económicas del club, hay que recordar el último ascenso, protagonizado también por Pepe Mel en 2011 y que sólo dos temporadas después fue capaz de clasificarlo para la Liga Europa. 

Son éstos los ascensos más recordados, pero hubo otros igual de interesantes en la centenaria singladura heliopolitana que conviene resaltar aunque sólo sea a vuelapluma. La Guerra Civil, con el exilio principalmente del frente vasco que posibilitó el título del 35, reventó el equipo al punto de que, aunque logró efímeramente ascender en la temporada 41-42, acabó cayendo luego incluso al pozo de la Tercera División. 

De aquella época, en la que se produjo el primer regreso del héroe Mr. O'Connell, el técnico campeón, se recuerda también a Saro, Adolfo y Peral, quienes aún permanecían en la plantilla, o a quien hasta hace unos días era el máximo goleador de la historia del Betis, Paquirri, nacido en la Alameda de Hércules seis años y un día después, el 13 de septiembre de 1913, que el propio Betis. Sus 109 goles son hoy historia pero a la sombra de una leyenda viva como Rubén Castro (113). 

"El Betis de mis tiempos corría como un demonio, luchaba igual y de esta manera ganaba los partidos. No había mucha clase, es cierto, pero quedaba paliada con la entrega, era todo un ejemplo de pundonor y entrega", sentenció en su día Paquirri, testigo principalísimo de la travesía por el desierto y de cómo el equipo necesitó de ese talento que faltaba para ascender por tercera vez en su historia en 1958. 

Lo hizo apoyado en un tridente inolvidable, con Benito Villamarín en la presidencia, el recordado Antonio Barrios en el banquillo y Luis del Sol, posiblemente el mejor futbolista que jamás vistiera la elástica verdiblanca, como figura sobre el césped. Los goles de Vila (20), Areta (16) y el tesón de León Lasa (6) fueron escuderos de lujo del grandísimo Settepulmoni, a quien Barrios, mediada la temporada, sacó del extremo para hacer del soriano el catalizador del juego desde el centro del campo. Aquel equipo, que meses después, ganaba por 2-4 el primer partido oficial disputado en Nervión, fue capaz de mantenerse casi una década entre los grandes. 

A ésa sucedió casi otro par de lustros en los que el Betis se convirtió en un verdadero equipo ascensor. Las temporadas 66-67, 70-71 y 73-74 supusieron otros tres ascensos, para completar la primera media docena. El primero de ellos dejó como referentes a Quino y Rogelio, dos de los mejores futbolistas de la historia del Betis, seguramente su mejor y elegantísimo delantero centro y su más exquisito extremo izquierdo, respectivamente. Eusebio Ríos, Antón, Landa o Macario fueron otros de los artífices de aquella temporada señalada por el fallecimiento de Benito Villamarín poco antes de darse inicio, el 15 de agosto de 1966. 

El tercer ascenso de Barrios acaeció en la 70-71, en una campaña marcada por Quino, quien tras acabar el partido en Heliópolis ante el Moscardó dijo a sus íntimos que jamás se pondría más la camiseta del Betis, debido a sus enfrentamientos con la directiva. Sólo jugó el sevillano seis partidos, cediendo el protagonismo a Rogelio, Isauro y un precoz Benítez. 

No eran buenos tiempos y fue la llegada del húngaro Szusza la que cambió la faz del equipo, que ascendió de nuevo en 1974, ya con la semilla del 78. Esnaola, Bizcocho, Biosca, Sabaté, Cobo, López, Alabanda, Anzarda y Del Pozo se unieron a Rogelio y Benítez en uno de los mejores equipos de la historia del Betis, aunque obligado a repetir ascenso en el 79, con un gran Hugo Cabezas, tras la agotadora temporada que sucedió al campeonato de Copa, en la que se consagró definitivamente Gordillo, el otro gran futbolista de la historia del Betis, que vivió la mejor racha de su historia, diez temporadas consecutivas en Primera. 

El octavo ascenso tuvo como indiscutible protagonista a Mel y sus 23 goles, con Trujillo defendiendo la meta en los cuatro últimos y decisivos partidos porque Pumpido ya se hallaba con Argentina preparando el Mundial de Italia 90. Pero fue un equipo que bajó inmediatamente y se llevó tres años en Segunda hasta que Lorenzo Serra, a quien Manuel Ruiz de Lopera dio el mando en detrimento de Sergio Kresic, despertó a unos futbolistas entre los que destacaron Aquino (26 goles), el hoy secretario técnico Alexis, el propio Gordillo o jóvenes como Cuéllar, Márquez, Merino y Roberto Ríos. 

Ese equipo que ascendió en Burgos en 1994 se mantuvo seis temporadas en Primera antes de caer una temporada al abismo y subir en 2001 para completar otra buena serie de ocho años entre los grandes. Se recuerda cómo el tándem Del Sol-Chaparro resucitó a Gastón Casas, artífice junto a Amato, Capi, Prats o Joaquín de aquel celebrado regreso en el último partido de la historia disputado en el campo de jiennense de La Victoria, donde el argentino de la coleta hizo los dos goles (0-2). 

Pero el Betis de Lopera, al igual que el del añorado Pepe Núñez, vivió dos descensos y fue, justo tras el adiós del hombre de negocios de El Fontanal cuando se forjó el Betis que logró su undécimo ascenso y el de ayer. Porque no atribuir la mayor parte de los méritos a profesionales como Pepe Mel, Rubén Castro y Jorge Molina, en ambas ocasiones, quizá sea porque esta historia es muy reciente y cuando pasen los años, y las subjetividades mengüen, la opinión será unánime. Por descontado, sin obviar a Beñat, Emana e Iriney hace cuatro años, en un curso marcado por el fallecimiento de Miki Roqué, quien seguramente desde el cielo celebra hoy con algunos de los que fueran sus compañeros el duodécimo ascenso, ojalá que el último.

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