Un maestro para la pelea de la vida
Antonio Fernández López 'El Bigotes'. Ex boxeador y entrenador de boxeo en la actualidad
"En mis tiempos los niños querían ser futbolistas, toreros, bailaores o boxeadores. A mí me pegaba todo mi barrio y aprendí a boxear con doce años. Iba desde la Puerta Osario hasta el campo del Betis corriendo". Con la misma rapidez que un púgil lanza su puño empieza Antonio Fernández a relatar su historia al tiempo que enciende un cigarrillo. Es el Bigotes, un tipo conocido en toda la ciudad y fuera de ella, siendo al mismo tiempo un desconocido para muchos.
Tras llegar a ser boxeador profesional y marcharse a trabajar a Alemania, la Expo 92 le supuso un terrible palo económico, hasta el punto de que cayó en una depresión. Sin embargo, surgió la oportunidad de montar un gimnasio y en ese refugio encontró su terapia: "Para empastillarme... Yo creo que la mejor medicina para salir adelante es uno mismo. Yo ayudaba a los chavales y ellos me ayudaban a mí".
Y en el centro deportivo de Rochelambert comenzó una historia que continuaron sus hijos con sendos gimnasios en el Tiro de Línea y Gines, y que ahora se ve ampliada con otra sala en Santa Clara. Sin embargo, le preocupa qué va a suceder con el gimnasio de Rochelambert, el original. Ocurre que en estos tiempos de crisis las ayudas escasean aún más. Pero lo que más duele son las trabas: "Nosotros organizamos las veladas, ponemos nuestra seguridad y nunca hay ninguna pelea, sin embargo, a mí me han llegado a decir que alquilaría más barata la plaza de toros que un pabellón. A la mayoría de chavales no les cobro, no puedo ni ellos pueden, y parece que no ven o no quieren ver el trabajo realizado".
Ése es su mayor orgullo. Ser una máquina de sacar gente de la calle. "Aquí ha entrado gente muy conflictiva y han salido como caballeros, de hecho el entrenador que tengo aquí entró con más marrones que el que mató a Kennedy, y aquí lo tienes, con su trabajo, su casa y completamente rehabilitado".
Pero si algo le gusta a Antonio Fernández es hablar de su deporte. Es el boxeo una disciplina en la que las pruebas de fuego se van sucediendo. Primero la técnica, luego el trabajo constante y finalmente tener el valor de subir al ring. "Hay boxeadores muy buenos en el gimnasio que luego no son capaces de subirse ahí arriba, y a lo mejor un manta es un peligro en el ring. Pero lo primero, el respeto".
Las anécdotas rebosan en su historia. Desde cómo Poli Díaz se echaba a llorar en las concentraciones viendo El Rey León pasando por la llamada de Santiago Segura para participar en Torrente 5 (algo que, de momento, no ha aceptado), hasta cómo fue capaz de entrenar a un chico ciego y sordo: "¡Cómo le pegaba al saco!", exclama. Un personaje, en el mejor sentido de la palabra, digno de ser reconocido. El de sus chavales lo tiene de sobra. Quizás el reconocimiento que le falta sea que el trabajo que lleva realizando casi 20 años pueda continuar.
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