Betis | atlético · la crónica

Ni siquiera exige a los adversarios

El Betis deambula por los campos de fútbol, pierde una y otra vez y, lo que es peor, lo hace con la sensación de que ni siquiera le exige a sus adversarios que den un ciento diez por ciento de sus posibilidades para llevarse los tres puntos. Al contrario, el Atlético, como antes el Barcelona, Valencia, Osasuna o muchos otros, se fue como vencedor ante el equipo de Héctor Cúper sin necesidad siquiera de apretar el acelerador a fondo, jugando a medio gas en todo momento. La impotencia del equipo verdiblanco es tal que el fondo no se atisba, que en estos tiempos tan decadentes por la fractura social existente en el beticismo en torno a la figura de Manuel Ruiz de Lopera y Ávalos parece que aún quedan experiencias peores por vivir.

Ésa podría ser una excusa perfecta para el colectivo de los futbolistas, tan habituados a buscar causas externas para los males que manan de sus propias entrañas. Pero no, el Betis no pierde por lo que sucede en su entorno, los verdiblancos caen derrotados una y otra vez por su incapacidad manifiesta para poner en apuros, al menos en apuros, a sus adversarios. Porque la grada no pudo empujar más en la fría anochecida de ayer, los béticos que no estaban en el terreno de juego sí cumplieron con su cometido y trataron, en vano, de meter a los suyos en la pelea. Era imposible, sin embargo, y todo se redujo a un par de intervenciones de Leo Franco.

Los dos disparos de Somoza y de Sobis poco después de la hora de juego se constituyeron en el único bagaje ofensivo del equipo de Héctor Cúper. Se exceptúa, por ser benevolentes, esa chilena de Melli del primer periodo que se fue ligeramente desviada y el resto se limitó a un quiero y no puedo, a una placidez gozosa para los madrileños e insufrible para quienes sienten en verdiblanco. Los intentos del Betis ni siquiera llegaban a la categoría de ser considerados como tales, morían mucho antes de poder ser catalogados como una ocasión de gol. Lógicamente, eso es muy poco para tratar de ganar un partido de fútbol en Primera División. El problema es que esta reflexión no es nueva, ni siquiera pertenece a los partidos que, tristemente, se han saldado con derrotas, también podría extenderse, como ya quedó reflejado en su día, a algunos empates. Por ejemplo, el día en el que el Racing visitó Heliópolis o en la visita al Athletic en Bilbao.

Es el triste sino de un Betis, el que era de Héctor Cúper y el que es de Manuel Ruiz de Lopera, que bien se encargó de pregonar en verano que había cogido las riendas para hacer un buen equipo, que muestra una incapacidad dolorosa para tratar de enderezar el rumbo en esta Primera División. La experiencia de ayer, por supuesto, no iba a ser menos hiriente. A los tres minutos de juego, en la primera falta que tuvo el Atlético en las cercanías del área de Ricardo, Reyes estrelló el balón en la cruceta cuando todos daban por hecho que los visitantes iban a gozar de ventaja en el marcador desde ese preciso momento. Afortunadamente, el Betis salió ileso de esa primera andanada, aunque sólo dos minutos después era Agüero quien volvía a dar un nuevo aviso ante la permisividad de Melli.

Desde ese instante ya estaba más que claro que en el campo había dos equipos en las antípodas, que el Betis estaba a años luz de ese Atlético que se ha metido en los puestos de la Liga de Campeones y que la suerte del partido dependía únicamente de los visitantes, jamás de lo que pudieran hacer los verdiblancos. Es tan triste como eso, los locales, supuestamente encargados de dominar el juego, no estaban capacitados para ello. La nueva combinación ideada por Cúper, que contó con el debut del joven Zamora como defensa central junto a Melli, tampoco dio ningún resultado, entre otras cosas porque este grupo de futbolistas por los que apostaba el entrenador argentino carece del equilibrio mínimo exigible para pelear en la categoría. Al contrario, corre con tan escaso sentido que siempre permite al rival controlar el balón con una facilidad insultante.

El Atlético, por supuesto, se benefició de ello y hasta llegó a la conclusión de que se podía permitir el lujo de ahorrar esfuerzos para otros días más exigentes. Ni siquiera tras el intermedio o en la recta final fue capaz el Betis de cambiar de velocidad, de atosigar a los hombres de Aguirre en su área. No se trata de que ese equipo bético no corriera o que no se le viera comprometido, como dijo uno de los dirigentes que acompañan a Lopera, el problema tenía un trasfondo aún peor y es que este Betis, de Cúper, no daba más de sí. El problema es saber si era necesario un cambio de entrenador o un milagro.

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