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La última palabra de Manel Comas

  • El deporte de la canasta llora la muerte del segundo técnico con más partidos en la ACB, un personaje dentro y fuera de la cancha. Dirigió equipos en la élite durante 25 temporadas.

Apasionado conversador y nato polemista. Manel Comas (Barcelona, 29/11/1945), paradojas del destino, se ha ido sin decir su última palabra, calladamente. Expansivo y excesivo, peculiar y metomentodo, merecía un adiós en prime time, pero se marchó en silencio tras pelear con un cáncer de pulmón. Este barcelonés menudo fue ante todo entrenador de baloncesto, aunque cursara estudios de Ciencias Químicas y tuviera dotes musicales con la batería. 

De puertas afuera, Comas tiene el orgullo de ser el segundo en el escalafón de entrenadores de la ACB con 745 partidos a sus espaldas (392 victorias y 353 derrotas), sólo superado por Aíto García Reneses, camino del millar, y por detrás, aún lejos, está Pedro Martínez. Dio el salto tras varios años en Cataluña (Cotonificio, Joventut, Licor 43) para enrolarse en el CAI, haciendo luego el viaje de regreso, vía Granollers, a su tierra para de nuevo dirigir en Zaragoza en una segunda etapa. Estuvo en Cáceres antes de su época más gloriosa, en Vitoria, donde lo idolatran. Del 93 al 97 entrenó a un Taugrés de leyenda, con el que consiguió dos de sus tres títulos -el otro es anterior, la Korac con la Penya en el 81-: la Copa de Europa (ex Recopa) en el 96, tras ser tres veces subcampeón, y la Copa del Rey del 95. 

En el Barça duró tres telediarios y, como aficionado a las segundas partes, retornó a Cáceres antes de recalar en el TDK y, 20 años después de su debut verdinegro, en el Joventut. Valladolid y Murcia, éste en la LEB, fueron otras dos de sus paradas y luego llegó el Cajasol, su último club, donde por supuesto también hubo dos épocas. 

Nunca ganó la Liga ni falta que le hizo para estar 25 campañas en el candelero. Ladrador más que mordedor, exageraba algunas anécdotas para deleite del aforo. A Comas, casado en dos ocasiones, lo persiguió el drama del accidente que segó la vida de uno de sus hijos, hace casi una década. Incapaz de morderse la lengua, las tuvo tiesas con muchos, jugadores y directivos, y con la edad aprendió que traía más cuenta acercarse a los presidentes que a los directores deportivos. De su incontinencia verbal dan fe cientos de documentos, como el famoso NAF (Negro Atlético Fraudulento) que le dedicó a Demetrius Alexander, por su tremendo enojo por la falta de rendimiento del yanqui, o las duras palabras contra Lou Roe: "Hay disgregadores de grupo en el vestuario y no permito que nadie juegue con la franquicia". 

Seguramente no llegó a más por sus meteduras de pata, pero que le quiten lo bailao, para lo bueno y para lo malo. Por supuesto, jugaba su papel como nadie con la prensa a sabiendas de que era un filón dando titulares, incluso en su faceta de comentarista televisivo. 

De puertas adentro, tres semanas antes de fallecer una noticia sobresaltó el mundo de la canasta: su imputación en dos delitos de presuntos abusos sexuales en su segundo periplo como entrenador del Cajasol. Un triste final por lo que supone y por no poder defender su honra. Hoy será enterrado en Badalona a las 12:45 y la ACB le tributará un homenaje guardando mañana un minuto de silencio antes del quinto y decisivo duelo de la final entre el Real Madrid y el Barcelona. Por cierto, nunca dirigió al primero y cesó de su cargo del segundo en noviembre del 97 tras varias derrotas. "Yo ya hice el tonto dimitiendo una vez y perdonando el dinero. No lo vuelvo hacer", afirmaba años después. Adiós al hombre más visceral del baloncesto español.

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