El Fiscal

Las 10 frases de la Semana Santa malaje

Numeroso público al paso de una cofradía.

Numeroso público al paso de una cofradía. / B. V. (Sevilla)

Tan sólo una semana para disfrutar de esa versión malaje de la Semana Santa, la que se vive o sufre a pie de calle, la que todos echábamos tanto de menos en los dos años sin cofradías, la que no tiene pregoneros que la canten, la que le provoca una sonrisita de compasión o unos momentos de crispación. Sosiéguese, no merece la pena el enojo. El malajismo es en el fondo una de las partes sustanciales de la fiesta más hermosa de la ciudad. Toda rosa tiene espinas. Mejor que respire hondo y se diga a sí mismo: “Esto también es la Semana Santa de Sevilla”. Siete días para el reencuentro con sacristanes, porteros, público sedente, abonados de la carrera oficial que parecen haber inscrito la silla en el registro de la propiedad, auxiliares de seguridad con mando en plaza, guardias privados con aires de ministros de Franco... Prepárense para la Semana Santa en su versión genuinamente malaje en la que con toda seguridad oirá algunas de las siguientes frases.

1. “Por aquí no se puede entrar”

Llega usted hasta el templo para hacer la visita matinal, pero acaban de cerrar las puertas porque estamos al filo del mediodía. Se oye el gentío dentro. Usted piensa que tal vez pueda acceder por la casa de hermandad. Da la vuelta, llega hasta la puerta donde hay un corrillo de hermanos, se dispone a entrar, pero su avance es detenido por un señor con el nudo de la corbata hecho un giñapo, un traje ciertamente desaliñado y con ese aire de estar hasta la corcha de aguantar a los gerifaltes de la cofradía porque recibe instrucciones de los 17 miembros de la junta de gobierno y, por supuesto, de sus respectivos cónyuges. Le tapa la entrada con el cuerpo y le dicta sentencia:“Por aquí no se puede pasar”. Habría que poner a este hombre en las fronteras de Ceuta y Melilla. Usted le dice que conoce al hermano mayor, que le dijo que si llegaba tarde usara ese acceso. “El hermano mayor lo que tenía es que estar aquí y no en el bar. Por aquí no se entra”. Y le da con la puerta en las narices. Después le pedirán disculpas y le contarán que el tipo está quemado, al borde de una prejubilación y que por eso se las gastaba con esas formas. El caso es que usted se quedó fuera. Tempus fugit.

2. “Aquí no se puede estar”.

Ha logrado usted meterse en el templo para ver la salida desde dentro. El mayordomo segundo le dio un pase, pero no especifica el lugar exacto desde donde puede ver la cofradía. Usted se coloca junto al reportero de radio, que está en el mejor sitio, claro. Llega el hermano que tiene una chapa en la chaqueta del Dustin que dice: Seguridad. “Aquí no se puede estar”. Un verdadero mazazo. Recuerde en ese momento la canción cubana. “Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó callar”. Usted se siente vigilado, bailando como una boya en alta mar. Hasta que alguien espeta: “Métase en el corralito de invitados”. Y está colapsado porque expidieron demasiadas invitaciones.

3. “Aquí no hay nada que ver”

Es la versión oftalmológica del caso anterior. Incorpora un tono grosero al devolverle la palabra que usted mismo ha empleado para pedir clemencia y justificar su presencia en el interior del templo ya cerrado. “Estábamos viendo los pasos”, dice usted con ingenuidad al verse sorprendido por el sacristán, oficial de junta de gobierno de medio pelo, auxiliar de priostía o aspirante a ministro del Interior. El tipo le suelta un guantazo verbal: “Aquí ya no hay que ver”. ¡A la calle, hombre!.

La mano que abre o cierra las puertas. La mano que abre o cierra las puertas.

La mano que abre o cierra las puertas. / B. V. (Sevilla)

4. “Por aquí ya no se pasa más”

El sevillano tiene un sentido patrimonialista de la vía pública en los días de Semana Santa. Hay gente que se coloca en un sitio para ver pasar un cortejo al completo y defiende la posición como un fornido pivot de baloncesto. ¡Ojalá se hubiera defendido Gibraltar con ese ímpetu! Se queda usted con cara de tonto al soportar una verdadera barrera infranqueable de usuarios de sillitas, habitualmente rumiantes de pipas. Escruta otros posibles huecos y no hay manera de encontrar una rendija. Aquello son los muros de los museos vaticanos.

5. “¡Corta ya ahí, hombre! ¿O va a pasar por aquí todo el mundo?”

Aquel que deja pasar recibe una bronca de sus improvisados vecinos de ubicación. El sevillano permite que pasen dos o tres, poco más. Es más, cuando le piden paso echa un mirada rápida de retrovisor para evaluar de cuánta gente se trata. El tío se pone simplemente de escorzo para no facilitar en exceso la movilidad. Cuando la cosa se alarga, broncazo que te crió. “¡Es que ya van veinte, cierra ya!”, le condenan los de alrededor.

6. “¡Ahora resulta que todo el mundo vive en esta calle!”

Queja muy usada cuando el tío que defiende su posición ha dejado pasar previamente a dos personas que le aseguraron que residían en un portal que está a veinte metros. Pero es que los peticionarios de paso no paran de alegar motivos de residencia próxima. La reacción es todo un desafío al padrón municipal. Todo el mundo no puede vivir de pronto en la misma calle. ¡Claro que no!

7. “¡Vamos a tranquilizarnos que se ve igual de bien desde todos los sitios!”

Hay momentos en que la tensión sube de tono. ¡Peligro! Alguien tercia en un conato de pleito y procura calmar los ánimos alegando que da igual la primera o la cuarta fila. Cuando llegue el paso se verá igual de bien, Todas las perspectivas valen. Claro que sí, salvo que en el mundo existen los altos y los bajos. Es una cosa evidente que se aprendía en Barrio Sésamo y que conviene recordar. O quizás mejor callarse. No hay cosa peor que pedirle que se relaje a uno que está nervioso. Tengan en cuenta el criterio para Semana Santa.

Público a la espera de una cofradía. Público a la espera de una cofradía.

Público a la espera de una cofradía. / Ruesga Bono (Sevilla)

8. “¡Vasos de cristal no tengo!”

Alcanza usted la barra del bar tras un obligado culebreo y consigue pedir (casi suplicar) dos cervezas. ¿Habrá algo más sevillano que tomar una cerveza entre cofradía y cofradía? El camarero echa mano de la pila de vasos de plástico, cuando está sacando los dos envases (al tirar siempre se vienen cuatro o cinco) usted le recrimina que no sean de cristal. El tabernero le niega esa posibilidad. “¡El lavavajillas no da abasto, esto es lo que hay!”. No se preocupe, no se enfrente. Muchas veces es mejor el plástico, toda una garantía, que arriesgarse a un cristal mal lavado. Lo peor es cuando alguien afirma en voz alta: “Ya podrían lavarlos a mano con el Fairy de toda la vida”. Ya se lió. Porque vimos a un camarero mentarle a la madre del susodicho como posible colaboradora a la hora de fregar. Cállese, guarde silencio. Gana el que evita el pleito. Y evite ser acompañado por gente parlanchina y con la voz tronante. Son un riesgo.

9. “¡Que se salga de la fila!”

Esta frase no se suele oír con calidad de sonido porque la pronuncia un diputado de tramo que le exhorta por segunda vez a no avanzar por el interior de la cofradía. Hay celadores que le hacen un verdadero seguimiento a este tipo de intrusos hasta que se aseguran de que el tío ha abandonado su jurisdicción con el consiguiente enfado de los que están en la primera fila del público y les ha tocado tragarse al inoportuno. “Aquí no se vaya a quedar que llevamos dos horas esperando a la Virgen”. Algunos diputados levantan el palermo para indicarle la salida con precisión. Es cierto que las cofradías no se deben remontar de esa forma. Y es curioso como siempre se está esperando “a la Virgen” y la referencia suele ser de un mínimo de dos y un máximo de tres horas.

10. “¡Así no puede andar el paso!”

La marcha ha alcanzado el estribillo alegre y el andar de los costaleros se ha acelerado de pronto, por lo que el fiscal, los policías, los guardias civiles de la escolta y los siempre animosos diputados exteriores de traje de chaqueta empujan a los cangrejeros porque “evidentemente” el paso “no puede avanzar”. Todos sabemos que es una suerte de liturgia. El problema es cuando alguien siente que le están presionando los riñones más de la cuenta. “¡A mi no me toque más, ¿eh?”. Y se lía. Menos mal que están los de los tricornios. Y no digamos si alguno de los molestos cangrejeros tienen acento de fuera de Sevilla, lo que dispara el malajismo con referencias al transporte de Alta Velocidad: “¡Que vais a perder el AVE, hombre!” O su vertiente mucho más cerrada, todo un ataque a la vertebración de Andalucía y al papel de la comunidad que Blas Infante nos encomendaba en España y la Humanidad: “¡Hay que ver el daño que hizo el AVE a la Semana Santa y la Feria, cagoenlamá!”.